El yin y el yang

Las temporadas de Nuggets y Pacers son prácticamente polos opuestos. El equipo liderado por Nikola Jokic, el mejor jugador del mundo si atendemos al último lustro (y sin ninguna duda) está en un momento dulce. Todo lo que se fue diluyendo tras ganar el anillo de 2023, en lo que fue una sinfonía de oro en las Rocosas, se ha recompuesto de forma increíble y ahora mismo las cosas funcionan: el serbio sigue a un nivel estelar, se ha escapado de la sombra de un Mike Malone fulminado de forma sorpresiva al final de la pasada temporada (y antes de los playoffs), Russell Westbrook ya no está y la intendencia funciona, lo que les permite disfrutar en la pista y apilar victorias en esa ultracompetitiva Conferencia Oeste en la que ganar no vale tanto y perder supone demasiado. Eso les permite perseguir a los Thunder (como todos) y estar a la altura de Rockets y Lakers. Que no es poco.

Eso sí, llegaban al Bankers Life Fieldhouse, ese lugar en el que “en 49 estados se llama baloncesto pero esto es INDIANA” con un balance de 2-3 en los últimos cinco partidos, coincidiendo con la baja de Aaron Gordon. Y con la necesidad imperiosa de ganar para no perder coba: el ala-pívot, un todoterreno absoluto, es fundamental en el organigrama de los Nuggets y un apoyo deportivo (y personal) incondicional para Jokic. Y la ausencia en el trabajo que hace en los dos lados de la pista se está notando. Especialmente, porque entre el 3 y el 15 de noviembre habían ganado 7 partidos consecutivos. Y a pesar de que cayeron en su encuentro inaugural frente a los Warriors, el récord hasta la malograda lesión era de un espectacular 12-3. Algo increíble si tenemos en cuenta que muchos daban por obsoleto un proyecto que ya tocó el cielo en su momento y que parecía conformarse con eso. Pero no: quieren más. Mucho más.

En el otro lado de la moneda, los Pacers eran el cúmulo de todas las desgracias habidas y por haber. Y por una lesión mucho más importante y de mucha más duración que la de Gordon: Tyrese Haliburon se lesionaba en el séptimo partido de las últimas Finales cuando en Indiana muchos pensaban que el milagro era posible. Y seguramente se pierda toda la temporada, especialmente por la falta de necesidad de forzar que pueda tener si tenemos en cuenta que, antes del choque frente a los Nuggets, el récord era de 4-17. Y que acumularon 8 derrotas consecutivas del 3 al 17 de noviembre, junto cuando en Denver apilaban 7 resultados favorables. Eso sí, para dar más cabida a la contradicción y las ironías del destino, llegaban con 2 victorias en los últimos 3 asaltos, con Pascal Siakam haciendo de las suyas e intentando mantener unido el grupo dentro de su infinita sapiencia y siendo la extensión de Rick Carlisle en la pista.

Era el momento del yin y el yan. Y, al final, la lógica se impuso y la victoria fue para los Nuggets (120-135), que sostuvieron los pronósticos para inclinar la balanza a su favor en un partido que llegaron a dominar por 29 puntos. Nikola Jokic, cómo no, se fue a 24 tantos, 8 rebotes y 13 asistencias. Pero esta vez fue su compañero Jamal Murray el mejor de todos: 52 con, atención, 19 de 25 en tiros de campo y 10 de 11 en triples, una cifra realmente espectacular que redondeó con 4 de 5 en tiros libres, 6 rechaces y 4 pases a canasta. Los 23 puntos de Pascal Siakam no valieron de mucho y fue la increíble actuación del base lo que impulsó a los Nuggets. Algo magnífico si tenemos en cuenta que Murray volvió a recordar al de sus mejores días (sobre todo al de la ya lejana burbuja de Orlando, en 2020) y que su nivel, necesario para Jokic, es cada vez mejor. Y eso es esencial para que los Nuggets sigan soñando con cosas mayores... y los Pacers sigan viendo cómo sus sueños desaparecen. Por lo que sea.

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