La vida sigue igual: los Warriors sobreviven a todo

Las grandes dinastías siempre han tenido una pizca de suerte que ha permitido que forjen así su leyenda. Los Warriors no iban a ser menos: Harrison Barnes falló el triple que hubiera puesto un 3-1 casi insalvable, con el que se clasifican los que van con dicha ventaja en el 95% de los casos. No fue así. Y no deja de ser poético, o más bien irónico, que haya sido Barnes el que fallara: al fin y al cabo, fueron las defensas flotantes de los Cavaliers hacia su persona en las Finales de 2016 las que permitieron, entre otras muchas cosas, una remontada histórica: su 0 de 8 en el sexto partido y el 3 de 10 del séptimo fueron demasiado y precipitaron su salida para hacer hueco a Kevin Durant. Desde entonces, el alero ha sido sostenidamente un buen lanzador exterior, siempre por encima del 37% durante las cuatro últimas temporadas. Pero no es baladí tener delante a una figura como Stephen Curry intentando puntear el tiro en una jugada en la que De’Aron Fox, el elegido de Mike Brown para el lanzamiento (y el ganador del primer Clutch Player de la NBA) se hizo un lío con el balón por culpa de la asfixiante defensa del propio Curry y de Draymond Green.

Fox tuvo que sacar el balón a Barnes, que armó el lanzamiento y erró: 2-2. Los Warriors salen vivos del Chase Center y certifican que, efectivamente, son tan buen equipo en casa (33-8 este curso, terceros de la NBA) como malo fuera de ella (11-30, un récord que solo superan el trío de Rockets, Pistons y Spurs). Y a punto estuvieron de liarla: un tiempo muerto solicitado precisamente por Curry se castigó con una técnica, ya que no quedaba ninguno en las cuentas de unos Warriors que se quedaron sin ellos cuando pidieron un challenge por un bloqueo en movimiento de Kevon Looney que se castigó con una falta en ataque. Un triple posterior de Fox ponía el 126-125 que fue definitivo, pero en ese momento daba opciones a los Kings. Curry erró, igual que lo había hecho en la jugada anterior, dos oportunidades perdidas para sentenciar que no esconden un excelente partido de 32 puntos, 5 rebotes y 4 asistencias. Mike Brown pidió el tiempo muerto. Steve Kerr ya bromeó con él al principio del partido y le dijo a su exasistente que tenía preparadas jugadas nuevas, que no se sabía. Lo que si sabemos es lo que pasó: que la pizarra no funcionó. Y que ganaron los Warriors.

Los Kings fueron, tras una primera parte en la que mandaron casi siempre, a remolque durante la segunda. A tirones. Al final del tercer cuarto los Warriors se fueron a 10 (102-92), la máxima del partido. La salida de los Kings en el último demostró que no iba a haber final tranquilo. Y eso que parecía controlado hasta el lío del tiempo muerto, que nos retrotrae a otras Finales, las de 2019, con el sexto asalto favorable a los Raptors y un balón dividido con petición de parón sin que quedara de eso. El arbitraje casero (lleva siendo así toda la temporada) permitió a los Warriors manejar la conclusión desde el liderato, un lugar en el que siempre se está más cómodo. Tiraron 24 tiros libres por 18 de sus rivales, que fueron mucho a la línea al final por faltas que eran, y podrían haber ido en otras que no se señalaron. Los Warriors juegan muy bien también con eso: las protestas bien dirigidas, el juego psicológico, la presión sobre los colegiados. Y, aunque se equivoquen, les sale bien: como todas las grandes dinastías, de vez en cuando hay que aprobar un examen estudiando el último día.

Y luego, claro, está Draymond Green: del pisotón en el pecho a la redención. Siempre se ha movido en esa fina línea que separa la oportunidad del oportunismo. Es un funambulista de la ambigüedad, un hombre capaz de liarla para luego reivindicarse como el increíble defensor que es, hacer gala de su capacidad para el pase y el rebote, defender igual a Domantas Sabonis que a De’Aaron Fox y aportar siempre un poco de todo: 12 puntos (3 de 14 en tiros, mal en este aspecto), 10 rebotes 7 asistencias y una intensidad inigualable saliendo desde el banquillo, una decisión personal que acordó con Kerr para turnarse con Kevon Looney (también bien, 8+14+6), no estorbarse en la zona y tener más recursos para la defensa sobre Sabonis. Salió bien. El trío dinámico lo completó Klay Thompson con 26 puntos para demostrar al mundo que, a pesar del paso del tiempo, la vida sigue igual. Son ellos, con Steve Kerr en el banquillo, los que llevan siempre la batuta. Los que deciden qué pasará. Los que no han perdido una ronda de playoffs en la Conferencia Oeste desde 2015 (faltaron en 2020 y 2021). Una dinastía histórica.

Los Kings tuvieron de todo, pero siempre liderados por un inconmensurable Fox: 38 puntos (14 de 31 en tiros), 9 rebotes, 5 asistencias y mucho corazón. Sabonis esta vez no pudo con una defensa más dura (14+7+8), Keegan Murray estuvo excelso (23+7, con 5 de 7 en triples) y Malik Monk se fue a 16, con 5+5 y un gran esfuerzo defensivo. Barnes se quedó en 9, con 1 de 6 en triples, incluido el que podría haber dado la victoria a su equipo, que habría llegado igual con una canasta de dos. No llegó. En los Warriors, muy bien Jordan Poole (22) y 18 tantos para Andrew Wiggins. Y fue un partido bonito a pesar de lo abrupto del final: 31 asistencias de los locales (11 pérdidas, mejor ahí) y 25 de los visitantes, lanzando ambos equipos por encima del 40% en triples y dejando un partido atractivo y vistoso. De esos que permiten a la NBA presumir del juego más cautivador del planeta.

Así están las cosas: 2-2 y vuelta al Arco Arena, un infierno en el que hace mucho calor pero que no es en el que se metieron los Warriors solitos en el Chase Center, con ese tiempo muerto que no podían pedir. Y demuestran que se manejan igual en el juego atractivo que en el barro y las trincheras. Es lo que tiene: ahora, claro, saben que tienen que ganar al menos un partido en Sacramento para pasar de ronda y enfrentarse a Lakers o Grizzlies. Ese será el gran examen de los Warriors, que saben que siempre pueden optar al anillo mientras sus estrellas estén sanas. Domantas deberá mejorar para los Kings y la intendencia de Golden State dar un paso hacia delante. O no. En realidad, da igual: al final, son esos tres jugadores generacionales los que, si están bien, lo convierten todo en posible. En palpable. En tangible. Falta el sprint final, una pequeña serie a 3 partidos. El que gane dos, pasa; el otro, dice adiós. Una de cal y una de arena en una NBA que no espera a nadie, ya sean a los que llevaban 16 años sin playoffs o a los que son campeones históricos. Ahora, un descanso merecido, cambio de sede y un game 5 que siempre marca el devenir de las eliminatorias. Mientras tanto, vamos a disfrutar de esto. Al fin y al cabo, la vida sigue igual.