HALL OF FAME 2024

Audie Norris: “Fernando Martín y yo siempre estaremos unidos”

‘Atomic Dog’ (Misisipi, 1960) es posiblemente el extranjero más importante en la historia del club azulgrana. Ya forma parte de nuestro Hall of Fame.

MIGUEL MORENATTIDIARIO AS

En marzo de 2019, el Barça colgó en el techo del Palau Blaugrana el 11 de Juan Carlos Navarro. Su dorsal pasaba a ser el quinto retirado en la historia de la sección tras el 4 de Andrés Jiménez, el 7 de Nacho Solozábal, el 12 de Roberto Dueñas y el 15 de Epi. Una ceremonia, emotiva y hermosa, que puso sobre la mesa una pregunta: ¿quién faltaba por inscribir su nombre de manera inmortal en el templo del baloncesto azulgrana? Y hubo una respuesta unánime: Audie Norris (Jackson, Misisipi, 1960), quizás el mejor extranjero de siempre en el club.

Es el jugador más determinante que he entrenado. Tenía una clase como muy pocos. Norris al 70% era mejor que la mayoría de jugadores al 100%”, aseguró Aíto García Reneses, su técnico durante los seis años, de 1987 a 1993, que este pequeño pívot de apenas 206 centímetros formó parte del Barcelona. Una etapa fabulosa para el club azulgrana, con tres Ligas ACB consecutivas (cuatro con la del 87), algo nunca visto en la historia de la sección, y dos Copas del Rey. Y para el propio estadounidense, que aterrizó desde Italia para convertirse rápidamente en el preferido de la afición. Un legado cuantificable y también inmaterial que le ha convertido en una de las grandes figuras de siempre del baloncesto español y en miembro de pleno derecho del Hall of Fame.

Después de un año en Italia, el Real Madrid iba a ser mi equipo en España, pero rechazó ficharme. Así que fue responsable de la rivalidad que hubo en los ochenta y de mis duelos con Fernando Martín, muy físicos pero muy respetuosos”, subrayó Norris en su discurso. “Fernando y yo siempre estaremos unidos. Todavía la gente me para por la calle y me pregunta por nuestros duelos. Todos los días, de verdad. Cambiamos la forma en la que los aficionados veían el baloncesto”, continuó Atomic Dog, el apodo que le puso Mychal Thompson, el padre de Klay, cuando compartían vestuario en Portland Trail Blazers, donde jugó 207 partidos en tres temporadas de la NBA.

Enorme calidad en el poste bajo y de una fulgurante ejecución en el lanzamiento tanto cerca como lejos del aro, Norris era un guerrero en el rebote, un jugador que no se amilanó contra nadie se llamase Sabonis, McGee o Meneguin. O Fernando Martín, claro. Eterno. Esas nobles peleas que, así se escribe la historia, podrían no haberse producido, como él mismo volvió a recordar, si Ramón Mendoza hubiese puesto 10.000 dólares más. Pero acabó en el gran rival azulgrana (“el equipo en el que crecí como jugador y como persona”), el club de su vida al que ayer dedicó, al final de su precioso discurso, un emocionado “Visca el Barça siempre”.

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