SOCIEDAD

Una estadounidense destaca por error el estilo de las casas españolas

Esta usuaria de Twitter aseguró estar “enamorada” de los hogares “estilo español”, pero las imágenes idílicas que compartió distan mucho de representar la realidad de la mayoría de los habitantes del país

“Absolutamente enamorada de las casas de estilo español”, reza el tuit viral de una usuaria estadounidense que ha agitado el avispero español. Adjuntaba dos imágenes con su mensaje. Dos instantáneas de un majestuoso cortijo de toques palaciegos. Con piscina privada, paredes níveas, tumbonas en la terraza. Vigas de robusta madera con fina factura artesanal y un altísimo árbol en el jardín que alivia con su sombra los calores del verano.

Es de sobra sabido que el internauta español necesita bien poco para dar rienda suelta a su mala leche. En cuanto alguien hace siquiera el más leve amago de publicar en su muro una paella herética o imaginativa en exceso, se le planta la Santa Inquisición en los comentarios en menos de lo que se tarda en decir Mississippi -y es que ya lo decían los Monty Python, “Nadie se espera a la Inquisición Española”-. Algo parecido pasa con la tortilla de patatas. Vamos, que, en general, el ciudadano español es poco dado a tolerar la disidencia en cuestiones gastronómicas.

Pero, y esto hay que admitirlo, es un deporte nacional de técnica depurada el de vacilar con cantidades parejas de sorna y malicia. Un arte que se manifiesta de muy variadas formas y está en continua reinvención. Algo que, seguramente, desconocía la pobre estadounidense que, inocentemente y con la mejor de las voluntades, cometió el error de compartir las imágenes del casoplón pensando que eran representativas del hogar ibérico medio. Y, claro está, aquello acabó siendo un festival de ironía. Un Woodstock de la mala baba.

Macarrones y nocilla

Miles fueron los que compartieron su idea particular de “Spanish style homes”. Huelga decir que el aluvión de ejemplos ofrecidos poco o nada tenía que ver con el modelo original, todo armonioso y proporcionadito. Aquella muchacha, lo quisiera o no, estaba a punto de hacer un tour por la verdadera experiencia urbanística española. Por nuestras paredes con acné -o gotelé, nunca me acuerdo de cómo se escribe-, las vajillas irrompibles -y monstruosamente feas- marrón transparente y los tétricos crucifijos encima de la cama.

Un resumen exprés de idiosincrasia autóctona. Inmensos bloques de apartamentos que rozan el brutalismo soviético -extraordinarias moles con diminutas ventanitas, como una plasta de puré de patata con agujeritos, por no hacer un símil más escatológico-, balcones con tendederos llenos de calzoncillos, y mantelitos de encaje. Vamos, un mosaico extraordinario hecho con los rasgos comunes de cualquier barriada local. Fotillos de la primera comunión donde el niño -que hoy ya tiene 36 años y un Ford Fiesta- posa con las manos juntitas y su mejor cara de angelito -soñando en secreto con la Play Station (o equivalentes) que le van a regalar después-. Un viaje, en definitiva, para que el mundo entero conozca lo que es realmente la vivencia del habitante medio de este variopinto país, cuna de un esperpento alimentado durante décadas de macarrones con chorizo y bocatas de nocilla.

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