POLÍTICA

El jefe del Grupo Wagner destapa el motivo de la rebelión

El chef de Putin, en paradero desconocido, explica a través de Telegram que no pretendía “derrocar el poder”, sino “pedir cuentas” a las élites rusas para “evitar la destrucción de Wagner”.

PRESS SERVICE OF "CONCORD\via REUTERS

Rusia atraviesa los días más inciertos desde la caída de la extinta Unión Soviética. La marcha que enfiló el grupo de mercenarios Wagner desde Rostov, al sur del país y próximo a la frontera con Ucrania, ha sumido el país en un confuso silencio. Su líder, Yevgueny Prigozhin, el antiguo amigo del presidente ruso, Vladimir Putin, encabezó la rebelión que pone sobre la mesa las tensiones que los paramilitares han mantenido durante meses con la cúpula militar moscovita.

Mientras el ‘chef de Putin’ avanzaba junto a su escuadrón sin disparar una sola bala por la carretera, el mundo permanecía en vilo. ¿Un golpe de estado? ¿Es una verdadera amenaza? ¿Se unirán otros sectores a la revuelta? Y, sobre todo, ¿cambiará el destino de la guerra en Ucrania? Tantas preguntas ante el mutismo intencionado de Prigozhin desesperaban al ministerio de Defensa ruso, que esperaba paralizado ante el avance de las tropas enemigas -¿enemigas?- con la misma desconfianza que suscita un ciego sonriendo. Un auténtico enigma. Hasta ahora.

Golpear primero para no ser destruído

Un audio de 11 minutos ha puesto fin al misterio. Lo ha enviado el propio Prigozhin a través de su canal de Telegram, y en él revela cuál era la verdadera intención de la marcha hacia el norte que ha emprendido junto a sus colegas militares. Antes de desgranar todos los motivos, empieza frío y contundente: “El objetivo de la marcha era no permitir la destrucción del grupo Wagner”. Sobre esta premisa se despliega todo el argumentario.

Fighters of Wagner private mercenary group pull out of the headquarters of the Southern Military District to return to base, in the city of Rostov-on-Don, Russia, June 24, 2023. REUTERS/Alexander ErmochenkoALEXANDER ERMOCHENKOREUTERS

Ha sido un pulso a la élite. En ningún caso ha buscado “derrocar el poder en el país”; lo que quería era pedir cuentas a los funcionarios que con su actuación poco profesional han cometido un gran número de errores”. Y considera que lo ha hecho. Además, añade que ha sido la cartera castrense la que ha salido peor parada, puesto que el espectacular y veloz avance de Wagner ha evidenciado “graves problemas de seguridad” en el país.

Su localización, una incógnita a medias

Lo que sí mantiene bajo secreto es su paradero. Un misterio a medias. Es cierto que todavía tiene una investigación abierta sobre su persona en Rusia, ya que, según indica la agencia oficial rusa Ria Nóvosti, fuentes de la Fiscalía General confirman que no se ha cerrado su caso. Pero también es verdad que el propio Kremlin ha negociado su salida del país en base a un acuerdo que ha tenido al presidente bielorruso, Alexander Lukashenko, como mediador. Sobre esta situación, sin dar pistas sobre la ubicación en la que se halla, también ha hablado Prigozhin.

“Lukashenko extendió su mano y ofreció encontrar una solución para continuar el trabajo en Wagner PMC en la jurisdicción legal”, ha expresado. Unas declaraciones que siguen la misma línea del audio: salvar a Wagner, en peligro y bajo amenaza de desmantelamiento por parte de la cúpula militar rusa. No obstante, y haciendo gala de una extraña contradicción, el ministro de Relaciones Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, ha aseverado que los mercenarios seguirán combatiendo de su lado en Malí y en República Centroafricana, escenificando que en Europa se juegan otras reglas.

La relación se ha quebrado. Dejando de lado la excepción africana, el golpe fallido ha mostrado las grietas del putinismo en un régimen dirigido con una mano de hierro a la que el pasado fin de semana se le han caído un par de dedos. No se une exactamente Prigozhin a la lista de fallidas marchas a la capital rusa, donde figuran nombres como Hitler o Napoleón, pero sí lo hace a la de golpes de Estado en un país difícil. El último fue hace casi tres décadas, y el resultado, paradójicamente, favoreció a un tal Boris Yeltsin.

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