El cometa 3I/ATLAS está sirviendo a la ciencia para crear medidas contra un posible impacto catastrófico futuro
La triangulación entre Marte y la Tierra ha permitido calcular la órbita de 3I/ATLAS con una precisión inédita. Este avance será decisivo para crear nuevos sistemas defensivos contra posibles amenazas reales.
No todos los días Marte se convierte en nuestro vigilante. Pero eso es exactamente lo que está pasando con 3I/ATLAS, el tercer cometa interestelar que nos visita en la historia conocida, y que ahora nos está dando una lección que podría salvarnos algún día. Porque lo que acaba de ocurrir con la misión ExoMars TGO no es solo ciencia: es un ensayo general para cuando toque enfrentarse a un visitante mucho menos simpático.
Entre el 1 y el 7 de octubre, el orbitador europeo en Marte apuntó sus instrumentos hacia 3I/ATLAS y logró algo espectacular: refinar su trayectoria con una precisión diez veces más precisa que la calculada desde la Tierra. ¿Por qué importa tanto si este cometa no va a chocar con nosotros? Porque calcular órbitas con esta exactitud desde dos puntos tan distintos, nuestro planeta y Marte, es la base para un sistema de alerta temprana contra impactos. Como dijo Jérémie Vaubaillon, del Observatorio de París: «Cada cometa interestelar es un regalo para probar nuestras herramientas. Si mañana aparece uno en rumbo de colisión, no habrá tiempo para improvisar».
No es una frase hecha. Basta recordar el susto de Apophis en 2004, cuando los cálculos iniciales indicaban una probabilidad real de impacto del 2,7% en 2029. Durante semanas, la NASA y la ESA vivieron con el corazón en un puño hasta que nuevas observaciones descartaron el choque. Hoy sabemos que Apophis pasará a 31.000 kilómetros de la Tierra —más cerca que muchos satélites—, pero aquella alarma cambió la mentalidad: la defensa planetaria dejó de ser ciencia ficción para convertirse en prioridad.
Para calcular la trayectoria de un objeto que entra en el Sistema Solar, los astrónomos necesitan varias observaciones. Con asteroides es relativamente sencillo porque siguen órbitas predecibles. Pero los cometas son otra historia: expulsan gas y polvo, cambian de brillo, y esas fuerzas no gravitatorias complican los cálculos. Si además viene de fuera del Sistema Solar, como 3I/ATLAS, la incertidumbre se dispara.
Por eso la triangulación desde Marte supone un salto enorme. Con dos puntos de observación separados por más de 50 millones de kilómetros, los errores se reducen drásticamente. Es como pasar de mirar un coche con un solo ojo a hacerlo con visión estereoscópica. Esa diferencia puede ser la que nos permita saber con años de antelación si un objeto va a impactar o no.
Como explicó Lindley Johnson, responsable de defensa planetaria en la NASA: «No podemos esperar a que aparezca un objeto peligroso para empezar a desarrollar tecnología. Hay que tenerla lista antes». Y ahí es donde 3I/ATLAS se convierte en protagonista: cada dato que obtenemos de su órbita nos ayuda a mejorar esas herramientas.
La buena noticia es que no estamos indefensos. En 2022, la NASA probó por primera vez una técnica real de desviación con la misión DART, que impactó contra el asteroide Dimorphos y logró cambiar su órbita. Fue un éxito histórico. La ESA prepara ahora Hera, que llegará en 2026 para estudiar los efectos del impacto y afinar los modelos.
Además, existen programas de vigilancia como Pan-STARRS en Hawái, Catalina Sky Survey en Arizona y el telescopio espacial NEOWISE, que rastrean el cielo en busca de objetos cercanos a la Tierra. Gracias a ellos, sabemos que no hay ningún asteroide grande en rumbo de colisión en los próximos cien años. Pero los cometas son más imprevisibles: pueden aparecer con muy poca antelación, y ahí es donde entra en juego la idea de tener observatorios en otros planetas.
Los expertos coinciden en que necesitamos más ojos en el espacio. Telescopios en órbita solar, como el futuro NEO Surveyor de la NASA, permitirán detectar objetos que se acercan desde el lado del Sol, donde hoy estamos ciegos. También se estudian misiones de impacto cinético (como DART), remolque gravitacional y hasta rayos láser para desviar objetos pequeños. Todo suena a ciencia ficción, pero son proyectos reales en fase de diseño.
Este cometa no va a golpearnos, pero nos está enseñando cómo reaccionar cuando llegue uno que sí pueda hacerlo. La observación desde Marte demuestra que la cooperación internacional y la infraestructura interplanetaria no son un lujo, sino una necesidad. Como dijo Karen Meech, que ya estudió Oumuamua y Borisov: «Cada visitante interestelar nos recuerda que vivimos en un barrio dinámico. No podemos dar por hecho que siempre será tranquilo».
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En el fondo, 3I/ATLAS es un ensayo general. Un aviso elegante de que la defensa planetaria empieza mucho antes de que suene la alarma. Y quizá, dentro de unos años, cuando un objeto peligroso aparezca en las pantallas, recordemos que todo empezó con un cometa que cruzó el Sistema Solar sin intención de hacer daño, pero con una lección bajo el brazo: mirar más lejos para proteger lo que tenemos cerca.
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