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NBA

Brooklyn Nets, drama y fracaso

Kevin Durant y Kyrie Irving dinamitan el verano NBA y ponen contra las cuerdas al que todavía es su equipo, Brooklyn Nets. Un proyecto faraónico afronta un destino trágico.

Actualizado a
Kyrie Irving y Kevin Durant en los playoffs de la NBA 201-22.
AL BELLOAFP

La era de los súper equipos y la era del jugador empoderado se entrelazan en este tramo de la historia de la NBA. Si el inicio de la segunda se suele situar en The Decision, el momento en el que LeBron James se fue a Miami Heat (más por las formas que por el asunto en sí) con la primera se puede ser más puntilloso. Es más opinable porque, dentro las normas y los límites de los convenios y las leyes de cada tiempo, siempre ha habido súper equipos. Pero aquel de LeBron con Dwyane Wade y Chris Bosh en Miami Heat también se suele usar como referencia, el concepto en su versión moderna.

Antes, cualquier intento que acababa en disfunción se solía usar para hacer parábolas; ¡cuidado con lo que deseas! ¡el trabajo siempre gana al talento! Etcétera. Mil veces se usó, por ejemplo, a aquellos tristes Houston Rockets 1998-99, que buscaban la magia perdida entre los surcos de la grandeza de Michael Jordan. Campeones en los dos años (1994 y 1995) de la primera retirada del 23, su majestad de los aires, fueron a por ello después de The Last Dance, mientras se disolvía Chicago Bulls, una franquicia que no ha vuelto a unas Finales. Un Hakeem Olajuwon de 36 años, un Charles Barkley de 35 y un Scottie Pippen de 33 (que luego lo tuvo cerca en Portland aunque él y Jordan estaban destinados a no ganar el uno sin el otro) firmaron un discreto 31-19 y se marcharon de playoffs en primera ronda, 3-1 contra los Lakers que todavía no tenían a Phil Jackson (la constante y alargada sombra de la dinastía Bulls). Como hacía falta moraleja, los Rockets se pasaron cuatro años sin playoffs a partir de ese escarnio. ¿Ves?

Después, ya se sabe: los Lakers, que están en todas las salsas. El equipo de 2004 que no fue campeón con Kobe Bryant, Shaquille O’Neal, Gary Payton y Karl Malone. Aunque jugó las Finales, claro. El de 2012-13 que se marchó en primera ronda de playoffs arrasado por los Spurs (y las lesiones): Kobe, Pau Gasol, Dwight Howard, Steve Nash, Ron Artest… Y el de la pasada temporada, sin playoffs con lo que acabó siendo el anti big three (LeBron James, Anthony Davis, Russell Westbrook). En escala descendente, el fracaso se movió de perder las Finales a caer en primera ronda y de ahí a quedarse sin playoffs. Los Clippers de la burbuja (2020) se la pegaron de forma inmisericorde en Florida aunque habían empezado la temporada como favorito de consenso, con Kawhi Leonard y Paul George a la cabeza y una defensa supuestamente inabordable de la que no hubo después noticias.

Se podría seguir, claro. Y se podría ir para atrás, entender que las reglas del juego han cambiado pero las intenciones de los equipos bien gobernados siempre han sido las mismas: apilar talento, amontonar victorias, darse oportunidades de ganar anillos. Nada sucede por casualidad. Cuando la agencia libre no era ni un embrión de la eterna partida de Risk/reality show/hoguera de las vanidades que es ahora, los dos grandes equipos se construyeron a base de dejar atrás a los demás en una mezcla de buena gestión, suerte y mercado (sede estratégica). Por show o por raigambre. Los Lakers se llevaron los números 1 de 1980 (Magic Johnson) y 1982 (James Worthy) gracias a trades anteriores. El primero a pesar de que venían de 47 victorias y una semifinal de Conferencia, el segundo después de ser campeones, nada menos. Una serie de operaciones avanzadas, y más para una época tan rudimentaria, reunió en Boston al que por entonces era el mejor frontcourt de la historia: Larry Bird, Kevin McHale y Robert Parish. La mejor versión de ese equipo, el legendario bloque de 1986, hasta tenía a Bill Walton como sexto hombre, la estrella venida a menos por las lesiones que encajaría hoy como un guante en el rol de ring chaser. El que elige destino para ser campeón, generalmente ya en el ocaso profesional. Todo estaba ahí, incluso en aquellos equipos legendarios que resucitaron a la NBA y construyeron la carretera que luego convirtió en autopista Michael Jordan. La primera era dorada.

Los Nets y el golpe contra la misma piedra

Y los Nets, claro. Un equipo que para el aficionado joven es una amalgama de fracasos chillones, el juegue roto de esa superposición moderna: los súper equipos, el jugador empoderado y como estos (o más bien, las grandes estrellas empoderadas: no es lo mismo) construyen aquellos, muchas veces la verdadera esencia del problema. Una franquicia venerable con más de medio siglo de historia, la de Julius Erving y la que fue New York Jets en la ABA, es ahora mismo un artefacto del híper capitalismo desde el traslado de Newark (con un final decadente, muy cerca pero en realidad muy lejos de la capital del mundo) a Brooklyn. El meollo, la mina de oro, el retoño de una nueva estirpe de multimillonarios. Primero Mikhail Prokhorov, que se presentó con aquel inolvidable “americanos, vengo en son de paz” pronunciado con su cerrado acento ruso. Después Joe Tsai, cofundador de Alibaba. Los nuevos tiempos, las nuevas burbujas, el nuevo capital en una Liga de crecimiento exponencial. Porque finalmente, también en este momento de máxima oscuridad, queda esto: los Nets valían menos de 400 millones de dólares en 2012 y valen ahora más de 3.200.

Phrokorov dilapidó un proyecto, destruyó un futuro y se quemó a lo bonzo en aquel traspaso circense (12 de julio de 2013) por Paul Pierce, Kevin Garnett (y Jason Terry y, si se quiere completar, DJ White y unos picks de los que salieron Kyle Kuzma y Sasha Vezenkov) por cinco jugadores y un lote histórico de rondas que acabaron siendo (saltándonos algunos detalles) James Young, Jaylen Brown, Markelle Fultz y Collin Sexton. Los Jays, Brown y Tatum (vía Fultz), el corazón de los Celtics que acaban de jugar las Finales, salieron de esa operación que envió a los Nets a la reconstrucción más difícil de la historia. Siempre hay una moraleja porque, claro, siempre nos empeñamos en encontrarla a posteriori. Como el viejo proverbio: cuando el puente se ha roto, todo el mundo sabe qué puente no había que haber cruzado.

Cargado de años y egos, aquel primer súper equipo (Deron Williams, Joe Johnson, Paul Pierce, Kevin Garnett, Brook Lopez) no pasó de segunda ronda de playoffs (esto va sonando, ¿no?). Disuelto en tiempo récord, el suelo desapareció (tres años sin playoffs y por debajo del 35% de victorias) y los picks enviados a Boston se convirtieron en piedras preciosas. Pasa, también: las moralejas. Pero para 2019, en tiempo récord visto lo visto, los Nets habían reconstruido su cultura, regresado a playoffs, enarbolado la bandera del futuro imposible. A base de minúsculas pero valiosas operaciones en los despachos, de ganancias marginales y de recuperar talento dañado, construir jugadores de fabricación casera. El directivo Sean Marks y el entrenador Kenny Atkinson formaron un tándem milagroso, y los Nets se vieron en situación de crecer y establecer una nueva forma de ganar. En cuanto la tuvieron, hicieron lo que casi siempre se hace en estos casos: tirar la hoja de ruta a la papelera y abrazar los sueños de grandeza. La vieja forma de ganar. Las moralejas están muy bien, pero a posteriori. En el verano de 2019, llegaron Kevin Durant y Kyrie Irving. Tres años después, exactos (de 30 de junio a 30 de junio), la petición de traspaso de Durant y la poca resistencia de los Nets finiquita (o eso parece, maldita sea) el proyecto. Los Jays acaban de jugar las Finales, el botín del primer desastre de unos Nets que, en ese tiempo, se levantaron, se metieron en el cañón del hombre bala (pasen y vean) y se han vuelto a caer. Hasta los infiernos, si todo sigue un guion que ya parece difícil de cambiar.

La madre de todos los desastres

Estamos, si nadie lo remedia y salvo posibles enmiendas, que todo es opinable, ante el mayor fracaso de la historia de la NBA. El gran proyecto fallido. La madre de todos los desastres. El aviso que todos escucharán… hasta que llegue la ocasión de repetir estos errores que muchos, peldaño a peldaño, repetirán con gusto. Pasará, cuando llegue el momento. Porque hay muchos proyectos que se han estrellado pese a estar llenos de estrellas. Pero muy pocos equipos han sido campeones sin una buena dosis extra de talento.

Los Nets 2018-19 ganaron 42 partidos y regresaron a playoffs completando el vuelco formidable desde las ruinas más profundas. Marks y Atkinson habían enlazado aciertos de los más difíciles: mucho con muy poco. era un equipo de causas perdidas. El de D’Angelo Russell, Joe Harris, Spencer Dinwiddie, Jarrett Allen, DeMarre Carrolll, Allen Crabbe... Esa cultura, y desde luego esa sede en Brooklyn (la capital del mundo) facilitó la llegada de Kevin Durant y Kyrie Irving, dos estrellas (muy) complejas que dejaban situaciones por las que otros habrían matado (los Warriors pluscuamperfectos, los eternos Celtics) para unirse en Nueva York… pero no en los Knicks. Fue el verano, por cierto, en el que Kawhi Leonard se llevó a Paul George con él a los Clippers; en el que Anthony Davis se reunió con LeBron en los Lakers y en el que Russell Westbrook dejó los Thunder para probar suerte con James Harden en Houston. Pasen y vean.

Las grandes estrellas habían convertido el panorama de la Liga en arcilla moldeable, lejos la inocencia de los tiempos en los que se temía, por ejemplo, que las concentraciones olímpicas crearan amistades demasiado amistosas. La partida empezaba a jugarse con luz y taquígrafos, con los equilibrios de poder saltando por los aires. Las verdaderas consecuencias, conviene tenerlo claro, se verán pronto: el convenio colectivo caduca en el verano de 2024. Las dos partes querrían (Adam Silver más que nadie) volver a arreglarlo antes de tiempo y sin sobresaltos, como en el acuerdo que se firmó en 2017. En diciembre los dos negociadores, jugadores y franquicias, pueden romper la baraja y forzar el final del actual marco normativo. Estos movimientos de las estrellas van a estar enn las agendas de los propietarios. Habrá tensión, veremos si sangre. El juguete, por ahora, ha estado funcionando como nunca digan lo que digan unos y otros. El salario medio de los jugadores supera los siete millones de dólares, las estrellas firman contratos que empiezan a entrar en el rango de los 60 millones anuales, el valor medio de las franquicias supera los 2.000 y, con ingresos en ritmo de récord, la NBA exprimirá su edad de oro en el próximo contrato televisivo. ¿Cuánto daño real quieren hacerse unos a otros ante este panorama? Lo sabremos pronto.

En estos tres años los Nets han tenido a Kevin Durant, Kyrie Irving y, durante trece meses que ahora parecen un sueño extraño, un recuerdo lejanísimo, a James Harden. Hicieron (cómo no) espacio económico y deportivo a los dos primeros, e incluso liberaron masa salarial para darle al destartalado DeAndre Jordan cuarenta millones por cuatro años porque llegaba como amiguísimo. Jarrett Allen, el pívot criado en la casa, se fue a los Cavaliers en el trade por Harden y ya es all star con contrato de 100 millones. Dinwiddie, LeVert… todos fueron saliendo. También Atkinson, poco antes de la pandemia. Si la cultura de los Nets se había vendido como un factor de atracción para KD y Kyrie, esta había dejado de contar en cuanto estos entraron por la puerta. O eso, o en realidad nunca hubo un plan que no consistiera en que ellos fueran la cultura. Querían jugar juntos, querían estar en Nueva York (la ciudad de Kyrie, la sede de los negocios de Durant) y querían, o eso parece por lo que hicieron con todas las opciones en su mano, un lugar sin el peso específico de los Knicks. O tal vez nada estaba tan planeado y las cosas solo sucedieron. Pero los Nets tenían que plegarse a lo que fuera, a todo, para tener a las súper estrellas. Y después han lamentado casi a diario haberse plegado a todo para tener a las súper estrellas. Las moralejas vienen después, pero la realidad es esa. Jodida.

El súper equipo que nunca existió

Steve Nash, sin ninguna experiencia como entrenador, tenía el beneplácito de Durant, y todos los asistentes que llegaron estaban de una manera o de otra relacionados con el nuevo jugador franquicia/franquicia personificada: Adam Harrington había sido su preparador personal y fue quien le presentó al propio Nash; Brian Keefe trabajó con él en los Thunder y David Vanterpool creció en el mismo barrio que KD. Si ganas, y eso siempre es así, todo tiene sentido. Ya se encargarán las narrativas de construirse solas. Que pregunten a los Lakers, que entre tornado y tornado de porquería pescaron el anillo de 2020. Pero en estos tres años los Nets no han ganado. Han jugado una semifinal de Conferencia y han sido barridos (4-0) dos veces en primera ronda. Su balance en partidos de playoffs es 7-13. La temporada pasada perdieron durante una racha con Durant lesionado 11 partidos seguidos, pasaron de líderes del Este al purgatorio del play in, se llevaron el rosco contra los Celtics de los Jays (el futuro que nunca fue en Brooklyn) y empezaron el curso con una plantilla de más de 300 millones entre fichas y un impuesto de lujo desorbitado. Eso, como han demostrado los Warriors, está muy bien… si ganas. Pese al crecimiento constante del valor de la franquicia, una afición con un toque artificial (en la ciudad de los Knicks) se queja de que las entradas se han puesto a precio de oro aunque el espectáculo no ha acompañado. Y el dueño, Tsai, llora pérdidas de (dice) unos 100 millones en el último año y, pasa cada vez más, tiene problemas para conjugar su mega éxito en el resto de negocios con la fatiga para tratar con estas súper estrellas que se mueven con sus propias normas. El cóctel es mortífero… otra vez, si no ganas.

La irrupción de James Harden, otra estrella de mala cabeza y decisiones cada vez más confusas en la frontera entre el empoderamiento y el capricho, tenía que haber formado un big three atómico, un equipo de leyenda. Los tres, una tragedia moderna, acabaron jugando juntos 16 partidos en trece meses (13-3, eso sí). Por ese alquiler tan temporal de La Barba, los Nets le dieron a los Rockets un par de jugadores sin peso y, ojo, otro saco de picks que pueden acabar siendo valiosísimos ahora que le proyecto se derrumba. El síndrome Jays, renacido: las primeras de 2022, 2024 y 2026 sin ninguna protección (algo trascendental, y extraño); una primera de 2022 que los Cavs heredaron de los Bucks y el derecho a cuatro intercambios de picks (2021, 2023, 2025, 2027). Los Rockets, en plena reconstrucción, controlan de facto el material de draft de los Nets hasta 2027. Y este ha disparado su valor con la petición de traspaso de Kevin Durant. Los Nets, si caen, no tendrán el que suele ser asidero principal de las reconstrucciones. Estarán en la nada. Otra vez. Y con su imagen como franquicia lastimada, mellada hasta el extremo. Una pesadilla, literalmente. La zona cero del gran colapso.

En la segunda temporada, la 2020-21, unos centímetros del pie de Durant evitaron que los Nets, con Kyrie lesionado y James Harden en pista de cuerpo presente (con una lesión muscular que le convertía en poco más que un señuelo), eliminaran a los Bucks, a la postre campeones, en semifinales del Este. El deporte tiene estas cosas, siempre ha sido así. Es el gran reino de los What If, los qué habría pasado si... En 2019, los Nets le dieron 164 millones de dólares por cuatro años a un Kevin Durant con el talón de Aquiles roto. El pasado verano le firmaron una extensión de 4x194 que, es una ironía muy cruel, todavía ni ha entrado en vigor. Pero KD, camino de los 34 años y con un historial de lesiones que empieza ser feo (esta temporada, esguince de rodilla) se ha pasado semanas sin hablar con la franquicia, que ya se preparaba para lo peor, y arremetió ayer directamente con Tsai, el propietario. Petición de traspaso, lista de destinos predilectos (Suns, Heat…) y efecto dominó a la vista. Sin él, la continuidad de Kyrie (el gran distorsionador) deja de tener sentido. El proyecto, sencillamente, deja de existir.

Las alargadas sombras de la Bahía

Durant, sea o no justo, no perdona que no haya habido una extensión de contrato larga, y seguramente máxima, para su amigo Kyrie. Nunca ejerció de jugador franquicia más allá de meter muchas canastas y jamás quiso entrometerse en el asunto del base con la vacuna, finalmente el hipopótamo en la cacharrería. En los Warriors, porque las comparaciones siempre son odiosas, se gestionó con éxito el caso Wiggins y la cosa acabó en título. Con Stephen Curry, ups, como factor inevitable dentro y fuera de la pista. Tres años después de la fuga de Durant. En Brooklyn, la negativa a vacunarse de Kyrie convirtió en un circo agotador la temporada 2021-22. En la franquicia acabaron hartos de él, sin más motiva para seguir pendientes de su estrepitosa inestabilidad que el vínculo irrompible con Durant. Kyrie ha acabado pareciendo un mal necesario para tener a KD, pero a KD no le gusta que eso sea tan obvio. Kyrie tiene 30 años y ha dejado de ser un jugador fiable pese a que su talento es único, uno de los más especiales de la historia. Solo 29 partidos la pasada temporada, un factor de caos y polémica constante y una actitud que no gustó nada en la franquicia durante el desastre de playoffs contra los Celtics. Era impensable que, con el mercado de espaldas al jugador, los Nets tragaran con una extensión de cinco años y más de 200 millones. Durant no tiene ganas de verlo así. Para él, todo es una constante prueba, todo puede cambiar en un instante. No ha habido muchos jugadores de su nivel en toda la historia. Tenerlo contento, incluso a partir de esa premisa, empieza a parecer un reto extenuante para cualquier proyecto deportivo.

Los Nets se han equivocado. Más que por cómo han acabado jugando sus bazas, por la forma en la que se han ido convirtiendo en el primo de la partida. Fiados, una vez más, a ganar. Es lo que pasa cuando todo el discurso es un verbo. Porque cuando no ganas, las narrativas también se escriben solas. Kyrie y Durant también salen muy mal parados. En tres años (en primero en suspenso por la lesión del alero) han jugado 44 partidos juntos en regular season. Con playoffs, 58 de 247. El 23%. Quisieron a Harden, se enfadaron con Harden, perdieron de vista a Harden, fracasaron en la pista, estropearon muchas de las cosas que tocaron… y no han tenido paciencia ni implicación cuando quizá el plan A tendría que haber sido poner esparadrapo y tirar para adelante. Durant se quiere ir. Y, ya se sabe, cuando dices que te quieres ir, ya te has ido. Y Kyrie aprieta otra vez para acabar en los Lakers ahora que, si sale KD, los Nets no tendrán motivos para retenerlo (ni ganas)… pero tampoco opciones de sacar un acuerdo especialmente bueno por sus 36,3 millones de expiring, la famosa player option que hace unos días se planteaba (al menos en el escaparte mediático) si aceptar o no.

Es insólito que un jugador de nivel histórico como Kevin Durant pida el traspaso con cuatro años de contrato por delante, en una situación que en teoría es de control total de la franquicia. No es el caso. Por discurso mediático, por fatiga estructural, por realidad deportiva… KD, si realmente quiere, volverá a cambiar de equipo en (todavía) su prime, o eso creemos. Y con mucho que decir sobre dónde y cómo jugará, aunque pudiera parecer lo contrario. Este escenario, toda su carrera 2016-2022 de hecho, es algo nunca visto, repito, en una estrella de su dimensión. Su carácter es un rompecabezas cada vez más complejo, un cubo de Rubik al que todavía se querrá enfrentar cualquiera porque el talento, ay, es extraordinario. Generacional. El que gana anillos (o debería ganarlos). También (aunque menos) el de Kyrie, pero este ya ha desmontado su momento El jugador devorado por el personaje. Los Lakers, si consiguieran hacerse con él y soltar a Russell Westbrook (están así de desesperados, claro) serían el escenario de su redención o el del golpe de gracia. Carnaza en Hollywood. No quería jugar con LeBron en Cleveland, no quería jugar bajo las 17 banderas de campeones de los Celtics, no ha querido afrontar las consecuencias de sus actos en Brooklyn… ¿Qué quieres ahora, Kyrie?

Los Nets iniciaron la partida, callaron (rehenes) mientras los participantes cambiaban las reglas y se vieron en realidad fuera del tablero cuando quisieron plantarse. Era tarde. Todavía no han traspasado ni a Durant (que debería dejar un retorno histórico si se consuma su salida) ni al puñetero Kyrie, pero apilan suficientes pecados y errores como para perder sin parecer tampoco la víctima. El peor escenario posible. Sin legitimidad, convertidos en ejemplo, sometidos a disección y escarnio y sin una sola hoja de ruta que aporte, ahora mismo, nada que no sea el consuelo del olvido. La era del jugador empoderado y la era de los súper equipos maridan, se entremezclan y crean una NBA viral y en perpetúo movimiento. Pero también producen monstruos. Y movimientos sísmicos de unas consecuencias que todavía ni adivinamos. De las pistas a los despachos y de ahí, cuidado, a los salones en los que se negociará el próximo convenio colectivo. Pasen y vean.