Sabonis: 2000, el anillo perdido y el "lo voy a matar" a Wallace
Los Blazers de la temporada 1999-2000 tenían las Finales en el bolsillo... y sufrieron una remontada histórica de los Lakers, la del alley oop de Kobe a Shaquille.
El 6 de febrero de 1970, se cumplieron 50 años antes del parón de la NBA por el coronavirus, el comité ejecutivo de la NBA le dio a Portland el derecho a tener su franquicia NBA: los Trail Blazers. Una franquicia que llegó por la vía de la expansión junto a Cleveland Cavaliers y Buffalo Braves, el embrión de los actuales Clippers. Después de un prólogo de seis años sin playoffs y con tres entrenadores distintos, el resto de la historia es brillante. Los Blazers son el bastión de la NBA en el Noroeste tras el llorado (y temporal, seguimos creyendo) adiós de los Supersonics y el breve experimento de los Grizzlies en Vancouver.
Los Blazers echaron a andar a trompicones, como cualquier recién nacido pero, en tiempos del merger de NBA y ABA, fueron llegando Bill Walton, Maurice Lucas, el entrenador Jack Ramsay... Para muchos, son la franquicia de los grandes errores en el draft: LaRue Martin en 1972 con el número 1, Sam Bowie en 1984 con el 2 por delante de Michael Jordan, Greg Oden otra vez con un maldito 1 en 2007, en lugar de Kevin Durant. En España la conexión es obvia: Fernando Martín, Rudy Fernández, Sergio Rodríguez, Víctor Claver, el contrato fallido de Pau Gasol... y para los más jóvenes, los Blazers son el equipo fulminante de Damian Lillard, uno de los talentos más especiales de la actual NBA. Pero en Estados Unidos, y en la historia de la NBA, los Blazers son (sobre todo) el equipo campeón de 1977 a hombros de ese gigante pelirrojo, Bill Walton, que nos robaron las lesiones. El grupo retratado de forma inolvidable en The Breaks Of The Game, de David Halberstam. Tal vez el mejor libro de baloncesto jamás escrito. El que tuvo 814 soldouts seguidos en su Rose Garden (ahora Moda Center) entre 1977 y 1995, una cifra que solo los Red Sox (MLB) habían superado alguna vez en todo el deporte estadounidense has que fue batida por los Mavericks el pasado mes de febrero.
Pocas veces cerca de la gloria
Y el que juega playoffs casi siempre, incluidos 21 billetes a las eliminatorias seguidos entre 1983 y 2003, la segunda mejor racha de la historia de la NBA. Los Blazers casi siempre están ahí, con buenos equipos y una pista difícil de quebrar. Pero solo han ganado un anillo y solo han jugado otras dos Finales, cuando fueron la primera respuesta del Oeste a los Lakers del Showtime y pelearon por el título en 1990 y 1992, el equipo de Clyde Drexter y Terry Porter que no pudo ni con los Pistons de Isiah Thomas ni con los Bulls de Michael Jordan, el que podía haber sido su jugador ocho años antes. Después no ha habido más Finales, pero sí un año en el que los Blazers pudieron ser campeones. Superado 1992, han jugado tres finales de Conferencia, dos en 1999 y 2000 y la del año pasado, cuando los Warriors los barrieron (4-0) pese a la ausencia de Kevin Durant. En 1999 los Spurs también los sacaron de la pista (4-0), en la serie del triple ganador de Sean Elliot (el milagro del Memorial Day en San Antonio) y después de una batalla tremenda en semifinales contra los Jazz. Pero en 2000 los Blazers, con un equipo de ensueño, sí pudieron ser campeones. Lo tuvieron muy cerca. Era el equipo al que Phil Jackson, arrancando su threepeat con Shaquille O'Neal y Kobe Bryant, definió como "el mejor que el dinero podía comprar".
Fueron los años del general manager Bob Whitsitt, un tramo en el que los Blazers construyeron un proyecto ganador y se consumieron después intentando mantenerlo, mejorarlo, aportar la guinda que les hiciera pasar por encima de Shaquille y los Lakers, que los eliminaron en una épica final del Oeste en 2000 y después, en pleno trauma, en dos primeras rondas en blanco seguidas: 6-0 entre 2001 y 2002. Siguieron los años del talento desperdiciado, las malas formas y la mala fama, la marihuana y los escándalos por agresión sexual, los desplantes a los aficionados. Los Jail Blazers: el primer Zach Randolph, Qyntel Woods, Ruben Patterson, un entrenador de carácter demasiado dócil como Maurice Cheeks y dos súper talentos que ya estaban en plantilla en 2000 y que perdieron después la cabeza definitivamente: Damon Stoudamire y Rasheed Wallace, un ala-pívot imperial que fue luego clave en el anillo de los Pistons en 2004.
Pero en 2000, y todavía con Mike Dunleavy como entrenador, los Blazers tuvieron su momento. No se habían perdido todavía en la búsqueda del anillo imposible (una que incluyó a un ya decadente Shawn Kemp) y habían fortalecido en un verano muy ambicioso el equipo ultra físico que jugó la final de Conferencia de 1999. En ese verano llegaron un ya muy veterano Detlef Schrempf (35 años pero 15 puntos y 7 rebotes de media -todavía- un año antes, en los vecinos Supersonics), Steve Smith (un escolta mucho más profesional y fiable en los momentos difíciles que Isaiah Rider, que se fue a Atlanta) y, claro, Scottie Pippen, que tenía 34 años y había visto que no iba a ganar su anillo sin Jordan en los Rockets. Los Blazers dieron seis jugadores (entre ellos Brian Shaw, Stacey Augmon...) para asegurarse el pedigrí y la inteligencia competitiva de Pippen.
Un equipo forjado para ser campeón
Schrempf, el aleman americanizado, se convirtió en un referente del banquillo junto a Brian Grant, Bonzi Wells, el bulldog Greg Anthony y el primer Jermaine O'Neal, al que las prisas por ganar mandaron después a Indiana cambio de Dale Davis. Una rotación fiable junto a un quinteto de ensueño: Damon Stoudemire (10,1 millones esa temporada), Smith (7,2), Pippen (14,7), Rasheed (10,8) y, claro, Arvydas Sabonis, que cobraba 9,8 millones en su quinta temporada en Portland, con 35 años. Dunleavy consiguió que aquel equipo, muy fuerte en defensa, atacara de forma colectiva y generosa, sin nadie acaparando tiros y circulando bien. Los cinco titulares anotaron en dobles figuras, pero nadie pasó de los 16,4 puntos de media de Rasheed Wallace, un gran síntoma en Regular Season... y finalmente un problema cuando hubo que asumir responsabilidad en los momentos más duros de la maldita final del Oeste. Allí los Lakers sí tenían un plan: balones a Shaq.
Los Blazers 1999-2000 ganaron 59 partidos (59-23), la segunda mejor marca de la Liga esa temporada y la segunda mejor de la franquicia tras el 63-19 de la 1990-91, cuando perdieron en la final del Oeste contra... sí, los Lakers. En playoffs, superaron a los Wolves de Kevin Garnett y Terrell Brandon y a los Jazz con (4-1) muchos menos problemas que un año antes. En la antesala de las Finales se las vieron con los Lakers, otro equipo hambriento que venía de estrellarse constantemente en playoffs pero que esta vez tenía a Phil Jackson (que se enfrentaba a Pippen) en el banquillo. Ahí comenzó el threepeat angelino, que pasó una prueba en esa serie tan dura como la de los Kings en 2002, mucho más recordada. En 2000, los Lakers también ganaron 4-3 y también estuvieron casi, casi muertos. En el séptimo partido, en el Staples, perdían 58-71 en el inicio del último cuarto y 60-75 a falta de diez minutos. En los siguientes seis minutos, cambiaron su historia de esa temporada y las siguientes con un parcial de 15-0, una furiosa reacción culminada después con el icónico alley oop de Kobe a Shaquille (fue el 85-79 ya en el último minuto) en un Staples en llamas. El parcial del último cuarto fue 31-13 (89-84 final). Un sueño en Hollywood... y una pesadilla en Oregón.
Los Blazers se hundieron cuando lo tenían hecho y cuando habían salvado el obstáculo más difícil. Cuando solo necesitaban unos minutos de baloncesto correcto, nada más. Nadie apareció al rescate, nadie enfrió un balón que quemaba, Rasheed dejó de meter tiros y todo se fue al traste en un visto y no visto. Había sido una serie en la que habían ganado ya dos veces en L.A: un tremendo 77-106 en el segundo partido (1-1) y 88-96 en el quinto, cuando llegaban con un 3-1 en contra tras perder dos veces en su pista y camino del 3-3... y el +15 metidos en el último cuarto del séptimo.
Había sido una serie con Stoudamire perdido, un Pippen con momentos colosales y otros para olvidar, un brillante Smith, un Sabonis que sufrió a Shaquille y un Rasheed con trances extraordinarios. En la que aprovecharon los problemas de química de unos Lakers que al menos supieron ponerse en manos de Shaquille cuando realmente las cosas se ponían feas, en la que se estrenó el hack a Shaq, la estrategia de llevar al pívot constantemente a la línea de tiros libres, incluido el recordado 13/27 en el primer partido. Después de ganar dos noches seguidas con el agua al cuello (de 3-1 a 3-3) y de ver cómo Shaquille se quejaba públicamente de la falta de alimento en la zona, los Blazers sintieron que estaba en el bolsillo... y, durante buena parte de ese séptimo partido, realmente lo estuvo. Fueron por delante más de 37 minutos, los Lakers solo siete y medio. La culminación de un desastre que se anticipó (en una eliminatoria muy cambiante) en el tercer partido, el primero en Portland y con 1-1. Ahí los Blazers, otra vez con pánico en momentos cruciales, dejaron escapar en su pista 12 puntos de ventaja ya en la segunda parte. Antes de un triple clave de Ron Harper (otro compañero de Pippen en Chicago), los Lakers remontaron a base de meter todas las bolas a Shaquille, que emergió sobrehumano entre el frontcourt tan físico de los Blazers: Rasheed, Grant, Sabonis, Jermaine... Al final, que nadie hubiera anotado más de 16 puntos ni tirado más de 13 veces de media durante la temporada acabó siendo un problema. Una paradoja que pudo costar un anillo, el segundo en la historia de una franquicia orgullosa y tremendamente hambrienta.
Ese proyecto se consumió después, buscando oro mientras descuidaba las normas más básicas de conducta: los Jail Blazers (por Jail: cárcel). El equipo que desesperó a Paul Allen, un multimillonario propietario (confundador de Microsoft) que prefirió centrarse en su retoño NFL, los Seahawks de la vecina (y rival) Seattle. El que vació por primera vez las gradas de un pabellón hasta entonces fiel pasara lo que pasara, el de las denuncias y escándalos y el que obligó a que la siguiente era comenzara con un manifiesto de comportamiento de 25 puntos al que todos los jugadores tenían que adscribirse. Peleas en entrenamientos, casos de abuso animal, agresiones sexuales, suspensiones... y salidas de tiesto como la de Bonzi Wells, una intervención todavía hoy recordada por desafortunada: "Que nos abucheen si quieren, luego por la calle nos seguirán pidiendo autógrafos. Nosotros somos jugadores de la NBA y ellos no". No por casualidad y ya obligados a cambiar su nefasta imagen, los Blazers draftearon en primera ronda de 2003 a Travis Outlaw, hijo de agente de policía y un jugador joven de reputación intachable.
Arvydas Sabonis entró y salió después de esa bala al limbo de 2000. Había llegado a los Blazers en 1995, con 31 y ya lejos de su mejor versión física. Incluso así, brilló po inteligencia y talento... y se hartó después de las cosas de unos Blazers con los que no renovó en 2001 y a los que volvió en 2002, ya en plenas idas y venidas con el Zalgiris, para terminar una carrera NBA en la que promedió 12 puntos y 7,3 rebotes. Una que obliga a preguntarse cómo habría sido si hubiera dado el salto antes, en plenitud de condiciones, y que tuvo en 2000, cuando sufrió tanto a Shaquille O'Neal, el anillo de campeón muy cerca. Después fue chocando con un vestuario complicado, lleno de personalidades conflictivas y en el que anidó una cultura en la que el lituano acabó siendo poco menos que un alienígena. En plena resaca emocional, los Blazers 2000-01 empezaron de maravilla, mandaron en el Oeste hasta marzo y zozobraron después (8-14 para cerrar la Regular Season) tras, curiosamente, sumar en invierno a Rod Strickland para reforzar su rotación exterior. El picado acabó con un 3-0 incontestable ante unos Lakers ya en formato apisonadora.
Para entonces, los problemas asomaban con claridad meridiana en unos Blazers en los que Rasheed Wallace (un talento inmenso, un jugador diferencial en defensa y ataque) era incapaz de asumir galones de líder saludable. En abril de 2001, Wallace fue suspendido tras un partido en el Staples, precisamente, antes de jugar en playoffs otra vez en el Staples, precisamente. En un lance del juego, Sabonis intentó forzar una falta de ataque de Shaquille, le fastidió al caer un diente a Wallace y este le lanzó al pívot una toalla a la cara en el siguiente tiempo muerto. El lío lo aireó Bill Walton, la gran leyenda de los Blazers y analista televisivo por entonces de la franquicia. Su bando quedó claro desde el principio: "Es una de las cosas más bajas que he visto. Habría saltado, si mu hubiera dejado llevar, de la mesa de comentaristas y le hubiera dado a Rasheed un puñetazo en la nariz. Creo que ese día, al no hacerlo, decepcioné a Sabonis, al deporte del baloncesto y a la humanidad en general...".
Antonio Harvey, un ala-pívot que era poco más que fondo de armario en aquel equipo, contó después que en el vestuario temieron después por la integridad física de un Rasheed que seguía increpando a Sabonis. Finalmente el lituano, con su 2,21 y sus más de 130 kilos, dijo sin subir la voz y aparentemente sereno: "Voy a matarlo". Harvey lo definió como un momento Ivan Drago, en referencia al gélido malo soviético de Rocky IV. El vestuario consiguió que la cosa no llegara a mayores, pero la anécdota sigue siendo célebre en Portland, de donde Sabas salió después "agotado física y mentalmente". Las lesiones le habían impedido ser una leyenda de los Blazers y la NBA y los Lakers de Shaquille y Kobe, y un hundimiento histórico en el último cuarto de un séptimo partido memorable, le dejaron sin, seguramente, su anillo de campeón. Después los Lakers superaron a los Pacers (4-2) en las Finales. Pero esa ya es otra historia, claro...