Después de otra durísima eliminación ante los Warriors, su bestia negra, los Rockets han apostado por un golpe revolucionario: reunir a dos de los tres últimos MVPs.
Frustrante, decepcionante, en muchos momentos mediocre si se tiene en cuenta que los Rockets venían de ganar 65 partidos (12 más) y de perder en el séptimo partido de la final del Oeste ante los Warriors, una serie que tuvieron 3-2 a favor y en la que Chris Paul se perdió los dos últimos partidos por lesión y en el último, en Houston y con un billete en juego para unas Finales muy sencillas ante unos Cavaliers de saldo (los Warriors las ganaron 4-0), un equipo reconocido por su impulso esencial a la revolución del triple falló, en una segunda parte maldita, hasta 27 tiros seguidos desde la línea de tres mientras los Warriors pasaban a tomar un control que ya no soltaron.
Asumiendo ese séptimo partido como anomalía imposible de replicar y la lesión de Chris Paul como el colmo de la mala suerte, los Rockets se fueron de vacaciones con la sensación de que se les dejó a deber un anillo y de que eran, finalmente, lo que su arquitecto Daryl Morey había soñado: el antídoto definitivo a los Warriors. Pero los Rockets 2018-19 jugaron peor, sobre todo en defensa (5,2 puntos más encajados de media por noche, en picado al décim mejor rating de la liga) ante los vaivanes del gurú Jeff Bzdelik, que finalmente no seguirá definitivamente al lado de Mike D'Antoni. Y una derrota fatídica y tras dejarse remontar (lugares comunes durante el curso) en la última jornada de su Regular Season y ante los Thunder (con los que luego harían negocios) les envió a la cuarta plaza del Oeste (un año después de ser primeros) y a la revancha ante los Warriors, esta vez en segunda ronda y sin factor cancha. En el quinto partido y con 2-2, Kevin Durant cayó fulminado y, en el escenario opuesto al de un año antes con Chris Paul, los Rockets se quedaron congelados: entregaron el quinto partido en la Bahía y el sexto en su pista, en Texas, incapaces de adaptarse tras dos temporadas decicadas a perfeccionar su método para defender a los Warriors CON Durant y con las dudas de casi siempre en la hora suprema de los playoffs en cuanto a profundidad y depósito de gasolina del omnipresente James Harden.
Otra ocasión perdida para un equipo que solo tiene a los Spurs por delante en victorias totales desde que llegó Morey (2007), una suerte de matemático loco y precursos de las estadísticas avanzadas que ha filtrado con D'Antoni a los mandos se visión del baloncesto perfectamente eficiente, uno que reniega del tiro de media distancia y potencia el triple hasta extremos inimaginables hace no mucho. Y uno que sigue sin legitimarse en playoffs: cuando arranquen las Finales 2020 se cumplirá un cuarto de siglo de las últimas que pisaron los Rockets (su segundo anillo con Hakeem Olajuwon: 4-0 a los Magic). En un curso en el que se había asegurado un intento de revancha y anillo a base de darle un contrato de 160 millones por cuatro temporadas a un Chris Paul de 33 años, en la que el experimento con Carmelo Anthony solo duró diez partidos y en la que el equipo comenzó 1-5 y llegó a estar 11-14, su 20-5 tras el parón del All Star y su 16-4 entre marzo y abril no borraron una sensación de paso atrás que quedó patente mientras los Warriors hurgaban en sus más profundas obsesiones, les eliminaban por cuarta vez en los cinco años de la era Steve Kerr y les mandaban a un verano que se avecinaba complicado...
A Morey hay que agradecerle que en lugar de rendir pleitesía a los Warriors o utilizarlos como excusa para hablar siempre de un futuro mejor, sus Rockets se fijaron como meta, a cualquier precio, derrocarles. Estuvieron a punto (esos 27 triples fallados, la lesión de Paul... toda una retórica del dolor) en 2018 y lejos pero no tanto como otros en el Oeste en 2019. Pero fallaron, esta vez con todo a favor y sin narrativas redentoras ni excusas. Consumada la eliminación, con un horrible partido en su pista, se airearon las frustraciones, prácticamente todo el roster se puso en el mercado y se cayó en un pesimismo existencialista que resultaba impropio de un Morey que parecía tan abatido como todos los demás. Se confirmó que Bzdelik no seguiría diseñando la defensa, se hicieron públicos los problemas (por pura desconfianza o agotamiento) con D'Antoni en las negociaciones de una extensión de contrato y, sobre todo, se publicaron las diferencias (mayores o menores según a quien se leyera) entre James Harden y Chris Paul. El base quedaba en el disparadero en la misma temporada en la que había salido Carmelo Anthony y después de que Dwight Howard también dejara Houston con problemas con un Harden que había vuelto a rozar el MVP con unos promedios de 36 puntos, 6 rebotes y 7 asistencias. Un año después de clamar venganza, los Rockets pedían a gritos una muerte dulce.
Pero en las Finales cayeron lesionados de gravedad Kevin Durant (que luego anunciaría su marcha a los Nets) y Klay Thompson, y de pronto, vasos comunicantes por pura obsesión, los Rockets se sintieron reanimados y dispuestos a darse otra oportunidad bajo la premisa más básica posible: si desaparecían la versión inabordable de los Warriors, la ruta al anillo quedaba aparentemente despejada. Mientras, en un verano sin picks de draft ni operaciones para recuperarlos, se garantizó la continuidad de Eric Gordon (con una extensión de tres temporadas y 54,5 millones hasta 2023, cuando tenga 34 años), Austin Rivers, Danuel House y Gerald Green (un logro ante las estrecheces económicas del equipo), el Oeste se transformaba con las operaciones de Jazz, Lakers y Clippers. Esta última juntó en L.A. a Kawhi Leonard y Paul George y puso de pronto en el mercado, a la fuerza ahorcan, a Russell Westbrook. Los Rockets, que habían buscado forzas complejísimas de hacerse con Jimmy Butler, vieron una arriesgada pero sencilla de soltar al de repente sospechoso Chris Paul (con 34 años) y hacerse con un Westbrook que tendrá 34 cuando acabe su actual contrato, en 2023.
Básicamente, era cuestión de tirar la casa por la ventana: a cambio de Chris Paul (cuya relación con Harden parecía irrecuperable y al que le quedaban por cobrar 144 millones durante tres temporadas), dos primeras rondas y el derecho a intercambiar otras dos, los Rockets reunieron a James Harden y Russell Westbrook, los MVPs y de 2017 y 2018 y dos integrantes de los ultra jovenes Thunder, uno de los grandes what if de los últimos tiempos en la NBA, que retaron en 2012 a los Heat de LeBron James y perdieron días después al propio Harden. En un verano de titulares imposibles y revolución en el mercado, los Rockets habían, como mínimo, vuelto al primer plano y se habían regalado otra gran oportunidad, una con olor a reencuentro y a anillo o desastre. Apasionante.
Mientras sigan Morey y D'Antoni los Rockets tirarán muchos triples y muy pocos lanzamientos de media distancia. La continuidad de Rivers, Green y Sobre todo House son buenas noticias, y Tyson Chandler llega como un veteranísimo relevo para Capela, que terminó hundido la serie ante unos Warriors que le sacaron de la pista con la inteligencia defensiva de Draymond Green, que firmó una eliminatoria memorable. Eric Gordon seguirá siendo, recién firmada una muy merecida extensión que comenzará a aplicarse el próximo verano, importante en quintetos con tres guards y PJ Tucker, el alma defensiva del equipo, cumplirá 35 años en los playoffs. Pero todo en realidad, absolutamente todo, ha pasado a girar en torno al dúo Harden-Westbrook.
Harden tiene 29 años y Westbrook 30 y son los MVP de 2017 y 2018, dos máquinas de firmar triples-dobles y dos jugadores que han apostado pro reunirse siete años después y que asegurar que tienen (veremos si solo promesas de verano) el máximo compromiso con una insólita unión de guards ganadores del MVP. La última vez que sucedió fue con Steve Nash y Kobe Bryant en los Lakers. Por entonces el primero ya estaba muy lejos de sus mejores años. La pasada temporada Harden promedió 36,1 puntos, 6,6 rebotes y 7,5 asistencias y Westbrook, 22,9, 11,1 y 10,7. Era su tercera temporada seguida con un triple-doble de media. Una locura para un jugador que había acabado por personificar a los Thunder tras la salida de Kevin Durant, cada vez más en el peor sentido, y al que muchos creen que le vendrá bien un cambio de ambiente y de régimen, un nuevo inicio vital y un nuevo sistema de juego después de tres años seguidos (todos desde que era el jugador franquicia) con derrotas feas en primera ronda de playoffs. Con los primeros síntomas de declive de su desbordante talento físico después de once años en la NBA y cada vez menos pendiente de su eficiencia como anotador en un proceso especialmente evidente en playoffs, esta puede ser la gran oportunidad para un jugador que busca exactamente lo mismo que James Harden: un anillo de campeón. Los dos, por cierto, tienen garantizados más de 342 millones de dólares hasta 2023 y los Rockets consumirán casi la totalidad de su cap durante las próximas tres temporadas en ellos, Eric Gordon (ya en la treintena también) y Clint Capela.
Sin embargo, y por eso parece que Morey ha apagado su maquinita de datos y se ha abandonado a la mejor oportunidad de mercado posible, estamos ante una unión tan impresivible como fascinante. Para muchos un regalo y para otros una pesadilla desde el punto de vista de D'Antoni, tal vez un experimento condenado al fracaso en playoffs pero si se quiere ser optimisma, una especie de versión atómica (3.0) de la unión de Earl Monroe y Walt Frazier que hizo campeones a los Knicks. Estos son algunos datos publicados por analistas estadounidenses tras el anuncio de uno de los trades más sonados (y ya es decir...) de los últimos años: si una de las claves del buen funcionamiento de la pareja Harden-Paul era la eficacia del segundo con los triples tras recibir la bola, Westbrook llega a Houston como el peor tirador de triples de la historia si se mide a los jugadores que han lanzado al menos 2.500. En Houston este no es un asunto menor: los no pívots que han llegado al equipo en los últimos tres años han subido su promedio de triples lanzados en un 41%. Westbrook nunca ha terminado una temporada en el promedio de la liga desde la línea de tres y en su carrera está un 14% por debajo de ese baremo. En cuatro de sus últimas cinco temporadas, por ejemplo, ha lanzado más de 4 tiples por partido sin llegar al 30% de acierto.
La pasada campaña, los Rockets solo tiraban 4,8 veces de media en la media distancia. Westbrook, él solo, lo hacía 4,9 por partido... y con un 32% que otra vez le mandaba a la cola de toda la NBA hundía su eficiencia (un asunto en el que D'Antoni tiene un claro campo de trabajo y mejora). Para algunos es una bendición contar con dos jugadores que presionan tanto a la defensa rival: nadie penetró más que Harden (19,6 veces por partido) en la 2018-19, con Westbrook tercero (18,4). Pero para muchos, parece imposible maridar a dos jugadores tan dependientes de la bola y un usage en ratios imposibles: el de Westbrook en la 2016-17 (cuando fue MVP) fue el más alto de la historia desde que se hace esta medición. El 41,7% de las posesiones de los Thunder las resolvía él con lanzamientos en juego, tiros libres o pérdidas. El segundo dato más alto de siempre es el de Harden en la 2018-19 (40,5%). En su carrera, Westbrook solo está por detras de Michael Jordan en este apartado. Y Harden sería segundo por delante de su nuevo compañero si solo se le midiera por sus siete años en Houston. Lleva cinco años seguidos por encima de un 30% del que no cae Westbrook desde 2010. Ambos fueron además los líderes de última NBA en jugadas en aclarado y son primero (Harden: 87%) y tercero en volumen de lanzamientos que no llegan tras asistencias de compañeros.
Es tal la magnitud de esta nueva pareja alfa, en todos los sentidos, que todo lo demás pasa a un segundo plano, por ahora: la edad de Tucker, la profundidad de la rotación, el desarrollo de Capela, el lugar en las unidades de juego de Eric Gordon... la capacidad de jugar juntos o no, y de maximizar sus respectivas capacidades, de James Harden y Russell Westbrook reunidos siete años después, marcará a estos Rockets que pueden ser tan aspirantes al anillo como cualquiera... o un desastre en playoffs. En todo caso, una nueva oportunidad. Y una atómica, para bien o para mal.