Los Wolves buscan una identidad que nunca parecen encontrar, con un nuevo impulso en los despachos y un claro eje, por fin: Karl-Anthony Towns.
En 2018 los Wolves volvieron a unos playoffs que no jugaban desde 2004. Un obvio éxito que no se pudo capitalizar de ninguna manera y que había llegado a base de tirones de Jimmy Butler y con un Tom Thibodeau incapaz de pensar ni siquiera a medio plazo, sin ningún interés por jugar a partir de una estrella joven que debería ser determinante (Karl-Anthony Towns) y, nada extraño en él, abrazado a una guardia pretoriana con cuantos más veteranos de su confianza, mejor. Ya en el vuelo de vuelta desde Houston tras encajar el 4-1 definitivo en primera ronda ante los Rockets se hizo explícita la fractura entre Towns y Wiggins, el teórico futuro de la franquicia, y un Butler que, después de forzar su salida con episodios de absoluto sainete mediático, acabó yéndose a Philadelphia. Sin él, al menos, se aclaró el futuro de un Towns que firmó, después de darle muchas vueltas (23 de septiembre), una extensión de cinco años y 190 millones que espantó el fantasma de lo que hubiera sido un divorcio letal para la franquicia. El 6 de enero de 2019, en el cierre de un ciclo que había muerto sin llegar realmente a nada, fue despedido Tom Thibodeau (firmó en 2016 por cinco temporadas y más de 8 millones anuales), con el equipo 19-21 y la resurrección de Derrick Rose (y su celebrado partido de 50 puntos en noviembre) como entretenimiento emotivo que en realidad no estaba sembrando nada para un futuro que, puro hastío, volvía a ser absolutamente incierto en Minneapolis.
En medio de una temporada en la que las lesiones de Robert Covington y Jeff Teague fueron borrando del mapa la poca competitividad que quedaba se precipitó, esperanza entre el naufragio, un radical cambio de régimen. El interino Ryan Saunders, el entrenador más joven de la NBA con 33 años e hijo de una leyenda de la franquicia como Flip Saunders, fue confirmado como head coach con galones por el colombiano Gersson Rosas (41 años), que en mayo se puso al frente de los despachos como presidente de operaciones. El objetivo era arrasar todo lo que hiciera falta, reventar lo que fuera necesario, equivocarse tantas veces como se requiriera hasta ir dando con las teclas adecuadas y gestar una revolución que diera a los Wolves, que nunca tendrán un mercado propicio, trazas de franquicia joven, moderna, optimizada y con una identidad clara que, por fin, se decidió construir en torno a Karl-Anthony Towns.
Para eso sirvieron al menos los culebrones del verano anterior, la inestabilidad y los despidos y las pírricas 36 victorias con la séptima peor defensa de la NBA y un ataque en el que ¡Derrick Rose! acabó siendo el mejor tirador de tres (37%). Al menos, Saunders conectó rápido con el vestuario, se remangó, tomó decisiones con saludable rapidez y volcó el juego en un Towns que desde el parón del All Star promedió 28,1 puntos y 13,4 rebotes con un 43% en triples. La bestia emergía mientras comprobaba lo duro que es vivir en un mercado como Minnesota y en un equipo de menos de 40 victorias: Rudy Gobert se llevó el puesto de pívot del Tercer Quinteto y le dejó sin cumplir los requisitos para insuflar a su nuevo contrato (que arranca ahora) 32 millones de dólares extra. Al menos, con el cambio de ecosistema de los meses anteriores, parece no importarle demasiado... por ahora.
Rosas dejó claro que no iba de farol y trazó un plan A que pasaba por aprovechar el tumulto de la llegada de Kyrie Irving a los Nets para llevarse a D'Angelo Russell en lo que habría sido el mayor fichaje en la agencia libre de la historia de los Wolves. Russell no estuvo lejos pero acabó en los Warriors tras un sign and trade auspiciado por Kevin Durant. Sin él, que habría dado a la franquicia talento joven y una pareja all star en el eje base-pívot, los Wolves pasaron a un perfil de minimizar daños, no comprometer flexibilidad futura, cometer pocos errores e ir probando con piezas que puedan encajar en el nuevo estilo de juego y de vestuario que se quiere implantar. No han amasado un talento visiblemente más alto que la temporada pasada ni van a pelear salvo sorpresa mayúscula por los playoffs de un Oeste que anuncia guerra total en su zona noble, pero al menos han empezado a construir un edificio que, a diferencia de casi todos los proyectos de los tres lustros anteriores, ya está en la cabeza de sus ideólogos. Y eso ya es mucho.
La lotería dejó a los Wolves en un puesto 11 del que saltaron al 6 tras negociar con los Suns, a los que dieron su pick y a Dario Saric. Eso les permitió hacerse con Jarrett Culver, un tremendo defensor con potencial de ser tan bueno como casi cualquier jugador (en principio salvo Zion, Morant y tal vez Barrett) de un draft con pocas certezas pero mucho potencial. Del draft salieron también el tirador Jaylen Nowell (número 43) y el interior no drafteado Naz Reid, que gustó mucho en la Summer League y se llevó un contrato de cuatro años. Otra prueba de que Rosas va en serio: se rascará talento de todas las fuentes y se intentará construir unos Wolves competitivos por tierra, mar y aire. Después se contempló sin mucha pena la salida de cinco de los nueve que más minutos habían jugado la temporada anterior (Saric, Gibson, Jones, Rose y Tolliver). El roster lo completarán, a ver qué puede ir saliendo de ahí, jugadores de veintitantos, con mucho que demostrar, de los que solo uno (Layman) ha firmado por más de una temporada y que cobrarán entre todos apenas 11 millones de dólares: Jordan Bell, Jake Layman, Noah Vonleh, Treveon Graham y Shabazz Napier.
La clave es Towns. Con 23 años, all star las dos últimas temporadas y después de cuatro en las que solo se ha perdido cinco partidos (ha jugado 323 de 328 totales de Regular Season), el pívot de origen dominicano ha reafirmado (después de sus dudas de hace un año) su compromiso con los Wolves y Minnesota, ahora que la franquicia se ha puesto a sus pies y que las dudas se ceban con un Andrew Wiggins que solo tiene 24 pero cuyo contrato (firmó 5x148 hace dos años) quieren quitarse de encima... sin que nadie se haya planteado hacerse con él este pasado verano. Con el canadiense en el purgatorio, la relación entre Rosas, Saunders y Towns parece sólida y una buena base sobre la que edificar el equipo. El pívot, eso sí, tiene que mejorar en defensa para ser el jugador total que proyecta su joven entrenador: uno que tire más de tres, inicie las jugadas de pick and roll, suba sus cifras de asistencias...
Saunders quiere alrededor de Towns un equipo mucho más rápido, con más espacios, más dinamismo, más tiro exterior... un equipo más moderno. Uno que perdure y que establezca una base que no ha existido en una franquicia que es la peor de la NBA desde 2004: 36,5% de victorias por el 38,5 de Knicks y el 38,6 de Kings. Teague (en un modelo de menos sobar la bola que el de Thibodeau) está en último año de contrato y debería subir su nivel después de una temporada marcada por las lesiones y en un puesto de base muy débil más allá de él (Napier es el primer suplente). Covington pasará a jugar como ala-pívot abierto, esencial como defensor (uno de los mejores de la NBA en uno de los peores equipos de la liga) al igual que Josh Okogie, el número 20 del draft de 2018 y un jugador muy intenso pero con el techo más bajo a priori que el prometedor Culver, de cuyo lanzamiento exterior dependen sus opciones de explotar en jugador total. El tiro de Layman será necesario en un equipo con pocos especialistas y por dentro los Wolves verán si rompen Vonleh o Bell, de cuya actitud se cansaron rápido los Warriors, con la alternativa de Gorgui Dieng, otro que podría salir traspasado y que ya es el jugador con más años en la actual franquicia dentro del actual roster, uno que debería cambiar muchos en los próximos años mientras orbita en torno a Towns y se inspira en el modelo de reconstrucción de los Nets. Pero en Minneápolis, ya se sabe, todo es siempre más difícil.