La llegada de Coby White (un anotador de North Carolina en Chicago...) apuntala un núcleo joven que pasa examen. Los Bulls quieren saber en qué punto están exactamente.
Balance de 22 victorias y 60 derrotas que hablan por sí mismas. Tantas por primera vez desde la temporada 2001-02 y el quinto peor resultado en toda la historia de una franquicia que anda a la búsqueda de un lugar que, por mercado y masa social, debería estar entre la nobleza de la NBA. Uno de los peores ratings de la liga en ataque (29º) y defensa (25º), un coladero cada vez que se probaba con Lauri Markkanen como pívot y 290 partidos de ausencia por lesión entre toda la plantilla. Una plaga.
Wendell Carter Jr, el rookie que irrumpió con una imagen imponente, solo pudo jugar 44 partidos, y apenas coincidió con Markkanen en 21. Tantas calamidades y el cuarto peor balance de la NBA no valieron ni Zion Williamson ni RJ Barrett ni ninguno de los rookies más mediáticos, y los Bulls se fueron hasta el pick 7, el tercero seguido que caía en sus manos tras Wendell Carter y Lauri Markkanen (que llegó de los Wolves en el trade por Jimmy Butler). Los Bulls, además, se hicieron con Otto Porter a principios de febrero, un buen movimiento en lo deportivo pero un contrato que se suma al de LaVine para consumir unos 47 millones de dólares esta temporada y alguno más la próxima si el alero ejecuta su player option por más de 28.
Eso sí, Porter demostró que es un estupendo chico para todo (aunque muy caro) y metió el 49% de los triples que lanzó con la camiseta de los Bulls. LaVine multiplicó esas combustiones ofensivas que hacen más fácil perdonarle su debilidad en defensa y Markkanen y Carter Jr parecieron una muy legítima pareja interior joven. El pick 7, aunque lejos de lo destellos de Zion, permitió a los Bulls hacerse con un base de primer nivel (Coby White), su gran objetivo estratégico toda vez que parece, a la vista de sus movimientos, que ya han tirado la toalla con Kris Dunn, el acompañante de Markkanen en el traspaso por Butler con los Wolves. Y después de unas semanas de revolución en el vestuario, la convivencia mejoró con Jim Boylen, un entrenador de vieja escuela y látigo que llegó para cambiar literalmente todo lo que había intentado (sin mucha suerte) Fred Hoiberg. Finalmente, unos cuantos secundarios opositaron a integrantes de una rotación seria: los puntos de Blakeney, el buen encaje de Hutchison, la defensa de Harrison, la sobriedad de Arcidiacono... Como año en la zona cero dentro de una reconstrucción que ya se asumió que no iba a ser ni muy rápida ni especialmente fácil, hubo brotes verdes para quien prefiera verlo así. Que siempre es más sano.
A pesar de que es Chicago y de que son los Bulls, no era verano para pensar en las grandes piezas del mercado (ha sido así en la última década, además), y las posibles grandes operaciones vía traspaso tampoco llegaron a ser una opción real: Anthony Davis aseguró que le gustaría jugar en su Chicago natal... pero más adelante, y no hubo movimientos reales por un Russell Westbrook muy caro y sin mucho interés en recalar en un equipo a medio hacer. Asumido eso y que el draft les había sacado de un top 5 muy interesante, los Bulls no han tenido un mal verano en el perfil bajo, algo importante en el gran esquema de una reconstrucción y más cuando trabaja un eje tan señalado como el que forman Gar Forman y John Paxson (GarPax para la ultrafiel y ahora sufrida afición de Chicago), cuya gestión lleva años marcada por la indefinición, los cambios según la dirección del viento y, finalmente, los errores más o menos groseros. Esta es, en definitiva, la franquicia que tiene el octavo peor balance de toda la liga y solo cinco series de playoffs ganadas en las dos décadas que han pasado desde el final de la era Jordan. Y la que, por poner solo un ejemplo, en la noche del draft de 2014 cambió a Jusuf Nurkic y Gary Harris por Doug McDermott y luego a este y el pick que sería Mitchell Robinson por Cameron Payne.
Con el 7 del draft llegó Coby White, un base (más anotador que pasador) que llega a Chicago (un guiño a la historia y una comparación muy odiosa) desde North Carolina y tras batir el récord de su universidad de puntos en primer año que tenía Michael Jordan. White tiene solo 19 años, una vitalidad contagiosa, un talento incuestionable y una aptitud innata para jugar a toda velocidad y en campo abierto... una de las cosas que peor hicieron los Bulls con Boylen. Después llegó en segunda ronda el pívot Daniel Gafford, un poco de juego por encima del aro con mucho margen de crecimiento. White, por un lado, debería ser esencial en un núcleo joven que empieza a tener talento en buena cantidad y buena distribución por posiciones. Y, por otro y sumado a las renovaciones de Arcidiacono y Harrison y el fichaje de Tomas Satoransky, deja muy tocado a un Kris Dunn que sigue sin encontrar definitivamente el sitio que le correspondería a un número 5 de draft (2016). Si no era en estos Bulls...
Además de Satoransky (30 millones por tres años), los Bulls han firmado a Thaddeus Young (41 por 3), que lleva 12 temporadas en la NBA (un poco de experiencia en un roster con tanta bisoñez) y que es un consumado profesional que permitirá muchas combinaciones en pista con Porter, Markkanen y Carter Jr. En esencia buenos movimientos para una franquicia que partía de la certeza de que su futuro a corto plazo depende realmente de cómo de buenos vayan a ser White, Markkanen, Carter Jr... Y, a medio, del siguiente gran mercado de agencia libre, en 2021. Para entonces los Bulls quieren tener una idea de equipo importante y la suficiente masa salarial disponible: solo tienen totalmente comprometidos ahora mismo 19,5 millones para Zach LaVine. La filosofía es clara: si alguien puede replicar un golpe como los de Nets y Clippers ahora, por qué no vamos a ser nosotros.
Tendría que salir todo muy bien para que los Bulls regresen ya a los playoffs, y ni siquiera es ese su objetivo fundamental. Pero, y más en el Este, las puertas están abiertas para un bloque muy joven y con mucho talento que, sin embargo, tiene que tener otras prioridades. Una obvia, resolver el enigma del puesto de base, algo que puede hacer por sí solo el talento de un Coby White que, de todas formas, también puede jugar sin la bola (algo que no parece ya posible pedirle al errático Dunn). Otra, encajar a Markkanen y un Carter Jr al que las lesiones frenaron la pasada temporada y no han parado de incordiar en un verano de operaciones y recuperaciones que le han impedido seguir el plan de fortalecimiento físico que le habían preparado los Bulls.
Carter Jr demostró en unos pocos partidos que es un pívot extremadamente inteligente que puede liderar a su equipo en muchas pequeñas cosas (y no tan pequeñas) tanto en defensa como en ataque. Markkanen y LaVine son dos anotadores tremendos, el primero más formal y el segundo más unidimensional pero, lo ha demostrado, útil en el equipo adecuado y las condiciones correctas. Con la llegada de Coby White, el crecimiento de Chandler Hutchison, la certeza de Otto Porter (al menos un año más a bordo), un banquillo con secundarios implicados y la IQ y experiencia que deberían aportar Satoransky y sobre todo Young, esta debería ser una mucho mejor temporada para los Bulls. Ya, definitivamente, en ruta hacia un futuro que en los próximos meses sabremos cómo de lejos está todavía.