La agonía de las maratones
La Maratón de Londres se había puesto este viernes como fecha tope para decidir su futura edición, pero no apuró el plazo, porque un día antes ya anunció que la carrera popular quedaba cancelada, como tantas otras maratones de prestigio que aparecían ubicadas en otoño: Nueva York, Chicago, Boston, Rotterdam, Berlín, Hamburgo… En el caso de la capital británica ha sido una clausura a medias, porque mantiene la carrera de élite en las categorías masculina, femenina y paralímpica para el 4 de octubre, con un duelo estelar que promete convertirse en uno de los momentazos deportivos de este retorcido año: Eliud Kipchoge (2h 01:39) contra Kenenisa Bekele (2h 01:41), los dos atletas más rápidos de la historia sobre la distancia. Valencia, que de momento sobrevive en invierno, miraba de reojo a la decisión inglesa, dispuesta a heredar el reto galáctico. La solución tomada por Londres no es nueva, porque ya la aplicó Tokio allá por el 1 de marzo, cuando todavía parecía que el coronavirus era un problema de otros y no podíamos imaginar las dimensiones que alcanzaría el drama.
Las carreras populares están recibiendo un mazazo tremendo durante la pandemia. Reducir la competición a la élite ayuda muy poco a unos organizadores que viven precisamente del carácter populoso de sus pruebas, que en algunos casos llegan a los 40.000 participantes. De momento, las tres principales carreras españolas conservan sus fechas: Barcelona (25 de octubre), Madrid (15 de noviembre) y Valencia (6 de diciembre), pero las medias maratones madrileña y valenciana, que suelen servir de preparación, ya han sido canceladas. Otros deportes han podido volver con mucho tacto: fútbol, baloncesto, motos, ciclismo, automovilismo… Y también lo está haciendo el atletismo en pista, pero el popular es otra cosa. No pinta bien. Y el desafío Kipchoge-Bekele solo hay uno.