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El escándalo de 2007: Duncan y el ‘robo’ a Nash

En 2007, Suns y Spurs protagonizaron una serie de ‘playoffs’ marcada por la polémica: golpes, sanciones cuestionables y el adiós a una de las últimas oportunidades de Nash.

En 2007, Suns y Spurs protagonizaron una serie de playoffs marcada por la polémica: golpes, sanciones cuestionables y el adiós a una de las últimas oportunidades de Nash.
Ronald MartinezGetty Images

Un empujón de Robert Horry a Steve Nash lo desencadenó todo. El cuarto partido de las semifinales de la Conferencia Oeste de 2007 estaba al rojo vivo, pero la sensación era que iba a parar a manos de los de Arizona: iban 97-100 a 10 segundos para el final. Fue entonces cuando Horry hizo una feísima falta sobre el genial base, que chocó contra el cartel de anuncios que hay justo delante de la mesa de comentaristas. Mike D’Antoni fue rápidamente a socorrer a su estrella mientras en ambos banquillos se desencadenó la tangana. Tim Duncan y Bruce Bowen acudieron a la refriega, mientras que del banquillo rival se levantaron Boris Diaw y Amar’e Stoudemire. D’Antoni condujo a sus jugores de vuelta a su asiento mientras todo volvía a su cauce y las aguas se tranquilizaban. El partido acabó 98-104 a favor de los Suns, que ponían el 2-2 en una eliminatoria titánica, taquicárdica, extraordinaria por baloncesto y narrativa. Y entonces, ocurrió todo.

El 15 de mayo, un día después del partido, la NBA anunció una sanción a Horry de dos partidos por la flagarante sobre Nash y golpear posteriormente a Raja Bell en el hombro. Pero la cosa no se quedó ahí: Diaw y Soudemire no podrían jugar el quinto encuentro, que se disputaría en Phoenix por, según la competición norteamericana, “abandonar su espacio más próximo en el banco”. La indignación fue total: “Tenemos los microscopios y telescopios más poderosos del mundo en Arizona. Podrían usar esos instrumentos y no encontrar una pizca de justicia o sentido común en esta decisión. Así es como nos sentimos. Realmente no beneficia a nadie. No nos beneficia, obviamente. No beneficia a los Spurs. No beneficia a los fans. No beneficia a la NBA”, zanjaba un muy molesto D’Antoni. Los Suns también notaron que Duncan y Bowen habían cometido la misma infracción de la que se acusaba a sus jugadores y no fueron sancionados. Todo un bochorno.

La serie acabó ahí. Horry, el precursos y principal responsable de la tangana, era un jugador mucho menos importante en el esquema de los Spurs que Diaw y Stoudemire, figurando este último incluso en el Mejor Quinteto de la NBA ese curso. Los Suns pelearon con coraje ante su público, pero cayeron al final (85-88). En el sexto, con el retorno de sus jugadores, volvieron a intentarlo, pero también sin suerte: 114-106 y adiós a la posibilidad del anillo. Por tercer año consecutivo, una regular season excepcional no había tenido su premio. Pero el sentimiento de impotencia se hizo mayor en ese fracaso: no habían fallado al final, en el último instante, al no dar la talla. Esta vez fue una decisión arbitral la que les privó de disputar otras finales de Conferencia (ronda en la que habían caído en los dos años anteriores). Otra vez, el sueño del anillo se alejaba. Pero la sensación en esta ocasión es que estaban ante la última oportunidad.

Una rivalidad que pasó por alto

Suns y Spurs no tuvieron una rivalidad propiamente dicha, pero sí años en los que protagonizaron series fantásticas y tuvieron varios enfrentamientos en playoffs. Y no sólo con Duncan y Nash como referencias: de 1990 a 2010, fueron el duelo más repetido de la fase final, con hasta 10 enfrentamientos en 20 años, algo extraordinario si tenemos en cuenta que en todo este tiempo hubo grandes rivalidades: Lakers y Spurs, Lakers y Kings, Bulls y Pacers, Jazz con Suns, Sonics, Rockets... Ninguna serie se fue al partido definitivo (en primera ronda nos referimos al quinto, que estuvo vigente hasta 2003) y el récord general fue de 4-6 para los texanos. Y sólo se batallaron en unas finales del Oeste: en 2005, con una clara victoria de San Antonio: 4-1. El resto fueron series tempranas de playoffs para dos equipos con culturas distintas, que sólo llegaron a la animadversión pura y dura en esa serie de 2007 en la que Horry calentó las cosas y la NBA no supo responder.

Algún tiempo después, en un libro publicado en 2009, Tim Donaghy, árbitro sancionado por amaño de partidos a través de las apuestas y que también denunció algunos favorecimientos arbitrales en el sexto partido de la famosa serie entre Lakers y Kings en 2002, aseguró que la intención era que ganaran los Spurs. Sin ser indicativo de verdad absoluta, Donaghy estuvo en el equipo arbitral de la serie y publicó que Tommy Nuñez, supervisor de los árbitros en dichas semifinales, tenía una gran aversión por Robert Saver, dueño de los Suns que recientemente ha puesto el equipo a la venta por su particular escándalo de comportamientos racistas y sexistas. Nuñez era, además, muy favorable a la cultura de los Spurs y, siempre según las palabras de Donaghy, se quiso asegurar de que los texanos pasaran de ronda.

No deja de resultar curioso que la polémica (con la muy cuestionable sanción a Diaw y a Stoudemire en la cúspide de las decisiones bochornosas) llegara precisamente cuando más preparados estaban los Suns para dar guerra y asaltar definitivamente el anillo. La llegada de Nash en 2004, cuando abandonó Dallas, generó muchas dudas en Phoenix: llegaba un base de ya 30 años, que había empezado con la camiseta de los Suns pero había dado el salto definitivo con los Mavericks de Don Nelson, con Mike Finley y Dirk Nowitzki en la plantilla y las finales de Conferencia de 2003 como techo y gran tope. Los Suns ya tenían un equipo prometedor y D’Antoni había llegado al final de la 2003-04 para sentar algunas bases y dar esperanzas a la afición: 21-40 en los últimos 61 partidos ya con el entrenador en liza, pero explosión de Shawn Marion, la muy buena pinta de un Amar’e Stoudemire en ascenso y un final de temporada bastante aceptable (8-8), a pesar de que los playoffs estaban ya imposibles.

La llegada de Nash fue, en contra de lo que muchos pensaban, fructífera. Su asociación con D’Antoni dio paso al Seven Seconds Or Less e inauguró una nueva era en la mejor Liga del mundo: la del pick and roll. Los Suns fueron, a partir de ese momento, la sensación de la NBA: muchas posesiones, muchos puntos y una velocidad extrema ayudada por bloqueos constantes, más lanzamientos de tres de los que estaban acostumbrados el resto de los equipos y una máquina de ganar partidos en regular season, consecuencia de la creatividad del magnífico base y las finalizaciones de Marion y Stoudemire, que aumentaron sus estadísticas y empezaron a sumar All Stars para su currícumul particular. Un nuevo estilo predominante, una manera de entender el baloncesto deliciosa y muchos higlights para el recuerdo fueron el legado de un equipo que permitió a la NBA volver a presumir del juego más cautivador del planeta. En este caso, por obra y gracia de los Suns... y de Steve Nash, claro.

La ausencia del anillo

Lo que nunca consiguieron los Suns fue el mayor premio de todos, ese que todo el mundo persigue en la NBA antes o después: el del campeonato. Y el equipo se configuró para ello: por ahí pasaron Tim Thomas, el mejor Boris Diaw que ha visto la NBA (13,3 puntos, 6,9 rebotes y 6,2 asistencias en la 2005-06), Leandro Barbosa (Mejor Sexto Hombre en 2007), el triplista Quentin Richardson, un Raja Bell que sobrepasaba la línea defensiva de lo ilegal y lo moralmente reprobable... Esos fueron solo algunos de los jugadores que pasaron por un equipo que lideró la Liga en anotación de forma ininterrumpida en tres temporadas consecutivas (2005-07) y que contó con dos MVPs de Steve Nash, en 2005 y 2006, y una cuestionada votación en 2007 en la que se impuso de forma ajustada su excompañero Dirk Nowitzki, pero de la que podría haber salido perfectamente vencedor un Nash que, sin ir más lejos, promedió ese curso 18,1 puntos y 11,6 asistencias por noche.

Los Suns llegaban más maduros que nunca a los Playoffs 2007. Las aleccionadoras derrotas anteriores habían curtido la plantilla y dos finales de conferencia apuntaban al salto definitivo, especialmente después de la eliminación de los Mavericks y sus 67 victorias en primera ronda ante los Warriors del We Believe, en una de las mayores machadas de la historia de la NBA. Fueron años de 62 (con D’Antoni como Mejor Entrenador), 54 (con Stoudemire lesionado todo el curso y 7 partidos en las dos primeras rondas de playoffs, con 6 en la eliminación en las finales del Oeste) y 61 victorias. Parecía, por fin, posible con su lado del cuadro bastante limpio y un Este que prometía menos que el Oeste y que contó con los sorprendentes Cavaliers de LeBron como acreedores de las Finales. Y el 4-0 que los Spurs, que vencieron antes a los Jazz, para hacerse con el anillo añadió más dolor incluso a la eliminación en semifinales.

Pudo ser la última opción de los Suns, que con Shaquille O’Neal no tuvieron suerte (otra eliminación ante los Spurs, en 2008) y ni siquiera pisaron playoffs en 2009. En 2010, la venganza se consumó ante San Antonio (4-0 en semifinales) antes de que unos Lakers que era mejor equipo les apearan de la lucha y quitaran a Nash (5 veces Máximo Asistente en seis temporadas) el sueño del anillo. La plantilla se disolvió, D’Antoni salió tras la eliminación de 2008 y esos Suns quedaron como el recuerdo de un equipo que marcó una era por su estilo y velocidad, por sus movimientos frenéticos, el orden dentro del caos que querían y generaban. Y siempre, claro, quedará en la retina del aficionado esa decisión arbitral que, en 2007, perjudicó en demasía a unos Suns que se despidieron de sus opciones cuando más preparados estaban para hacerse con el título. Así es la NBA.