Pogacar también sabe sufrir
La Strade Bianche es una carrera muy joven, con solo 19 ediciones, pero se ha hecho un nombre entre las grandes clásicas gracias a su atractivo planteamiento de recorrido sobre tramos de tierra, los caminos blancos, al estilo de lo que hace la centenaria París-Roubaix sobre adoquines. Tiene gracia que la modernidad del ciclismo se consiga rebobinando a los orígenes, pero ese ha sido el acierto de una competición ya consolidada, y también imitada. La fórmula ha funcionado, porque desde el principio, allá por 2007, cuando se llamaba Eroica, ha conseguido deparar espectáculo y atraer a los grandes del pelotón. Entre sus campeones figuran Cancellara, Gilbert, Kwiatkowski, Alaphilippe, Van Aert, Van der Poel, Pidcock… y, por supuesto, Pogacar. Otros ilustres como Sagan, Valverde, Van Avermaet, Cunego o Bernal han tenido que conformarse con el podio. La meta de Siena se vende cara.
Un palmarés con este brillo solo se logra a golpe de gesta, una especialidad que el número uno maneja a la perfección. El año pasado atacó a 80 kilómetros, una arrancada que además anunció bravuconamente en la previa. A Tadej Pogacar le gusta jugar. En 2025 no ha ido tan sobrado, pero la hazaña ha alcanzado dimensiones incluso mayores. Por un lado, porque se le cruzó un rival con ganas de cambiar el guion, Tom Pidcock. Y, sobre todo, porque tuvo que sobreponerse a una caída que sufrió a 50 kilómetros por una mala trazada. Ni el retardo inicial de medio minuto, ni las visibles heridas impidieron la remontada y el remate final a 18 km, pero dieron unas dosis de heroísmo a lo que, otras veces, suele ser un monólogo. El esloveno volvió a ganar, pero su cara no mostraba la misma frescura. También sabe sufrir. Ya son cuatro victorias en 2025. El próxima meta tiene puesta una cruz en el calendario: Milán- San Remo, 22 de marzo. Allí no ha ganado nunca. Y no parará hasta lograrlo.