Cazorla somete al Madrid y nos llena de nostalgia

Sin novedad en el Real Madrid, que reprodujo frente al Villarreal el habitual partido que le ha condenado a su decepcionante trayectoria en los últimos campeonatos de Liga. Sigue instalado en su condición de especialista en competiciones cortas, sobre todo en la Copa de Europa, sin aprecio por la exigencia del día a día, defecto que atenta contra la esencia del equipo que garantizaba esfuerzo, coraje y resistencia a la derrota. Eran otros tiempos, como también era otra época la que protagonizaban aquellos pequeños portentos en la selección que ganó dos Eurocopas y el Mundial de 2010. Uno de ellos era Cazorla, que el jueves brindó en el antiguo Madrigal una actuación sensacional.

Han pasado diez años desde la victoria de España en la Eurocopa ganada en Austria, ocho y medio desde el Mundial de Suráfrica, casi una eternidad en los veloces tiempos actuales del fútbol, donde todo se consume vertiginosamente. Se vuelve a decir, como se decía en 1998, que el futuro del juego estará definido por el fútbol que practicó Francia en el Mundial de Rusia: jugadores de una potencia irresistible, de físico intimidatorio, aplastantes en la fricción y mejor dispuestos para abusar en los espacios grandes que en los lugares reducidos. Claro que si en el equipo figura un Mbappé, mejor que mejor.

Se dice que el último Mundial ha significado el acta de defunción del modelo español. Conviene, por lo tanto, atender a la actuación de Cazorla contra el Madrid para valorar el tremendo talento de aquellos jugadores singulares, una excepción en el panorama futbolístico de aquellos tiempos. Aquella selección contracultural maravilló al mundo y despachó de un plumazo varios mitos que pesaban sobre el fútbol español. La mayoría de aquellos futbolistas se han retirado o cierran sus carreras en ultramar, caso de Iniesta y Xavi, pero todavía permanecen algunos de aquellos genios, por lo visto irrepetibles.

David Silva ha sido trascendental en los éxitos del Manchester City. Santi Cazorla fue figura en el Arsenal, donde su nombre es reverenciado. Muchos analistas del fútbol inglés dudaban de su importancia en la Premier League, el campeonato donde más han funcionado los tópicos. No parecía el escenario adecuado para las sutilezas de un centrocampista que no llega al 1,70, no choca, no salta y desprecia los tackles. No tardó un minuto en convencer a los escépticos. El pequeño Santi Cazorla ha sido uno de los futbolistas más grandes en los diez últimos años de la Premier League.

La nueva generación de aficionados españoles, con edades entre 13 y 18 años, probablemente no se imaginarán la clase de futbolistas que eran aquellos centrocampistas brillantes y astutos, con una personalidad a prueba de balas. Es la razón por la que merece la pena que se detengan en observar la actuación de Cazorla frente al Madrid.

Con 34 años, y dos temporadas sin jugar, preso de una lesión tan grave que casi exigió la amputación de la pierna, Cazorla no sólo gobernó el partido como un maestro (estuvo siempre donde más convenía al Villarreal, dirigió el juego con una precisión pasmosa y se empleó con una vitalidad juvenil) sino que completó su partidazo con dos goles, el primero un ejercicio de precisión en el remate y el segundo una casi novedad en su carrera: un cabezazo en el segundo palo.

Mereció la pena festejar a Cazorla por muchas razones. Una de ellas por su papel de depositario de una generación que se despide del fútbol y de una manera de entender el fútbol que apenas ha encontrado rival. Eran pequeños de aspecto, pero verdaderos titanes del juego.

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