Lakers, Mavs, el 69 prohibido... el triste final de Dennis Rodman
Después de su explosión y gloria en Detroit y Chicago, de enemigo a escudero de Jordan, el Gusano tuvo un feo final ya anunciado en su paso por San Antonio Spurs.
The Last Dance, el documental sobre Michael Jordan que orbita alrededor de la convulsa temporada 1997-98, la del último anillo y el fin de un ciclo legendario (The Last Dance: el último baile), está recuperando (justo cuando la NBA se queda seca de actualidad después de un mes y medio sin competición) los intríngulis y los nombres propios de un equipo de leyenda al que lideraba un jugador como no ha habido otro. Si unos seis millones de espectadores baten récord de audiencia media para un documental de este tipo, conviene recordar que precisamente aquellas de 1998 siguen siendo, todavía, las Finales de la NBA más vistas de la historia en EE UU: 29 millones de media, un 33% de share. El sexto partido promedió 35,8 millones, más que ningún otro nunca mientras Jordan firmaba un vuelco imposible en el último minuto, incluido el robo de balón clave y la canasta decisiva tras quebrar a Bryon Russell.
Cuando los Bulls ganaron ese sexto anillo, Dennis Rodman, uno de los compañeros más importantes, polémicos y genuinamente únicos que tuvo Jordan, tenía 37 años. Había promediado 15 rebotes por partido y liderado la NBA en esa estadística, algo que llevaba haciendo desde 1992. Siete años seguidos ganando más peleas por el rebote que nadie desde sus dos metros raspados, en una racha que comenzó ya con 30 años (un dato increíble) y en la que sus medias fueron estas: 18,7, 18,3, 17,3, 16,8, 14,9, 16,1 y 15.
Esta temporada 1997-98 también fue, en muchos sentidos, el último baile de Rodman, el Gusano, que llevó a la NBA a través de la segunda ronda del draft (número 27 en 1986) y que entre 1988 y 1998 fue cinco veces campeón, dos all star, dos Defensor del Año, siete integrante del Mejor Quinteto Defensivo y las citadas siete máximo reboteador. Ser un excelente defensor y un reboteador de élite al mismo tiempo no siempre es fácil, no si esas asignaciones defensivas pasan por encargarse de cualquier rival en pista, desde el base hasta el pívot. Así era desde luego en los Bad Boys de Detroit, donde Rodman comenzó como alero, todavía más liviano pero ya encargado del trabajo sucio. En San Antonio, después, viró hacia el rol de ala-pívot más prototíipico, si es que este adjetivo se le puede aplicar de alguna manera, cosa que parece difícil.
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El documental, claro, también enseña al otro Rodman. O más bien al verdadero Rodman. El del traje de novia, el que se quería casar consigo mismo y declaró ser "bisexual", el que decidió saltarse todas las normas para ser él mismo, cayera quien cayera, precisamente en el momento bisagra de su carrera, entre ser enemigo de Jordan con los Pistons y su escudero en los Bulls del segundo threepeat. Entre 1993 y 1995, Rodman jugó en los Spurs, que dieron por él a Sean Elliot, David Wood y una primera ronda de draft. En San Antonio, una comunidad pequeña y bastante tradicional, empezaron los líos, la promesa de ni esconderse ni esconder: nada. Allí comenzaron el pelo de colores (rubio, morado, azul...) los looks a los Demolition Man... y también las conductas ya aparentemente fuera de todo cotrol. Cabezazos a Stacey King y John Stockton, líos de faldas con Madonna... un escándalo casi constante en la franquicia texana, en la ya estaba David Robinson pero todavía quedaba tiempo para Tim Duncan. También estaban en ese roster Dale Ellis y Vinny Del Negro. Ese equipo ganó 55 y 62 partidos, en la segunda temporada con Robinson como MVP pero sorprendidos en la final del Oeste por los Rockets que revalidaron título ganando a todo el mundo sin factor cancha, el equipo del nunca subestimes el corazón de un corazón y, claro, el de Hakeem Olajuwon, que destripó al vecino texano (35,3 puntos de media en la serie) aunque le esperaban en la zona Robinson y Rodman, una pesadilla para cualquier otro.
En los Spurs Rodman promedió 17,3 y 16,8 rebotes. Pero en la segunda temporada se metió en una pelea inacabable contra el mundo.. personificado casi siempre en su propio equipo. Suspensiones, polémicas, líos aireados, una lesión de hombro en accidente de moto... solo jugó 49 partidos e incluso así fue capaz (823) de superar los 800 rebotes necesarios para computar en la carrera por ser, otra vez, el líder de esa estadística en la temporada. Después, los Spurs vieron de maravilla quedarse con Will Perdue y deshacerse del problema Rodman. Los Bulls, que armaban el equipo de la segunda venida de Jordan, echaban de menos la presencia ultra física como ala-pívot de Horace Grant en los tres primeros anillos. La respuesta, a pesar de todos los riesgos y las contraindicaciones, fue Dennis Rodman. Ni que decir tiene que salió bien.
De los Lakers a un triste final en los Mavericks
Después del milagro de Jordan en Salt Lake City un ese anillo de 1998 que parecía improbable solo unos meses antes, los Bulls se desmantelaron tras aquel último baile y solo quedaron, del núcleo duro, Ron Harper y Toni Kukoc. Se fueron Phil Jackson, Michael Jordan, Scottie Pippen, Steve Kerr, Luc Longley... y Dennis Rodman, liberado el 21 de enero de 1999 (fue año de lockout, la temporada empezó el 5 de febrero) para, con su hermana como agente, firmar por unos Lakers donde apenas disputó 23 partidos. En L.A. y en lo que parecía una última oportunidad, congenió con Jerry West y con el legendario propietario Jerry Buss, pero se hartó de las peleas de gallos jóvenes que ya tenían Kobe Bryant y Shaquille O'Neal. Fue cortado el 16 de abril de 1999 por el equipo al que estaba a punto de llegar para poner orden Phil Jackson, precisamente, el Maestro Zen que había sabido tratar con él y sacar lo mejor de su carácter (a pesar de los pesares) en esos inolvidables tres años en Chicago que iban quedando cada vez más lejos.
El 3 de febrero de 2000, casi 10 meses después de su fea salida de los Lakers, Rodman (con 38 años) firmó, ahora sí su último baile en la NBA, con los Mavericks. El equipo de la ciudad en la que creció, Dallas. Y uno en un momento muy particular de su historia. Mark Cuban acababa de hacerse con la franquicia por 285 millones de dólares. Era un equipo que llevaba una década fuera de playoffs y en el que jugaban Steve Nash, Michael Finley... y un Dirk Nowitzki de 21 años, en su segunda temporada en la NBA. Uno en el que Don Nelson trataba de imprimir su sello y en el que, en esencia, Rodman ni encabaja ni podía aportar ya demasiado ni tenía ninguna gana de hacerlo. Nash y otros compañeros reconocieron que era una pesadilla lidiar con un jugador ya lejos de su mejor nivel físico y sin ninguna motivación, al que había seducido apenas la oportunidad de jugar en Dallas, ganar un puñado de dólares (algo más de 440.000) e intimar con un propietario tan particular como Cuban, que le dejó para que aterrizara en la ciudad su casa de invitados, donde Rodman celebró algunas de sus archifamosas fiestas.
El 8 de marzo fue cortado. Habían pasado 13 partidos y los Mavs habían perdido 9. Rodman jugó 12, se perdió uno por suspensión porque en ese breve tramo le dio tiempo a recibir seis técnicas y dos expulsiones. Y a tener un jaleo por su dorsal, ya que quería llevar el 69 y el comisionado David Stern, espantado ante la que podría avecinarse, se lo prohibió. Eligió un dígito más, el 70, del mismo modo que en Detroit y San Antonio había jugado con el 10 y en Chicago con el 91 (9+1) porque el 10 estaba retirado en recuerdo a Bob Love. Cuban apenas ocultó que con Rodman buscaba un golpe más de efecto, mediático, que deportivo (a aquellas alturas). Y de hecho, y mientras cerraba la adquisición de los Mavs y empezaba a hablar con el Gusano de su posible fichaje, mandó producir (reconoció después que estaban en su poder) esas camisetas vetadas de los Mavericks con el apellido Rodman y el número 69. Si eso no es una auténtica pieza de coleccionista, pocas cosas lo son.