Badosa brilla en el circuito más competido

La brillante victoria de Paula Badosa en Indian Wells, el considerado quinto grande, ha supuesto una inyección de presente y futuro para el deporte español y el tenis internacional, pero paralelamente ha reabierto el debate sobre la exagerada alternancia en el circuito femenino. En la vigente temporada, solo Ashleigh Barty ha logrado inscribir su nombre en más de un Grand Slam o WTA 1.000, en concreto en Wimbledon, Miami y Cincinnati. El resto de ganadoras de una u otra categoría no han repetido. Otro ejemplo: si chequeamos las semifinalistas de los cuatro grandes en 2021, sólo dos, Maria Sakkari y Aryna Sabalenka, han tenido doble presencia, pero ninguna logró alzar los títulos. Se mire del derecho o del reverso, la igualdad es enorme, con un abanico infinito de candidatas.

La cuestión es si esa carencia de regularidad es saludable o perjudicial. Y, desde otro enfoque, si equivale a un déficit de calidad. Carla Suárez escribió una columna en El País donde defendía que esa “alternancia de campeonas no responde a la falta de talento, sino a una competencia extraordinaria en la cima”. La vibrante final entre Badosa y Victoria Azarenka, las tres horas de batalla entre dos tenistas que llegaban a California en los puestos 27 y 32, es una buena prueba de que esa apertura no riñe con el espectáculo. La preocupación apunta en otra dirección: la falta de referentes. El gran público necesita líderes y rivalidades, duelos entre buenos y malos, Serena contra Sharapova, Graf contra Seles, Navratilova contra Evert. Eso no existe ahora en la WTA. El perfil más parecido señala a Naomi Osaka, actualmente en el alambre por su fragilidad emocional. La prometedora Emma Raducanu también llamó a esa puerta en el US Open, pero queda por ver si logra confirmarse. Desde el domingo, Badosa también es una aspirante: a pescar en el río revuelto de la igualdad o a ondear la bandera de una época.

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