Quiero tu despido para ayer

En la vida hay que tener la paciencia que ha mostrado ese señor madrileño que se compró un trineo en algún momento, lo guardó en su garaje, adiestró a varios perros y salió el sábado pasado por la capital nevada como si estuviese en Alaska. Eso en la vida porque en el fútbol somos impacientes por naturaleza. Queremos resultados y los queremos ya, es inevitable. Si nuestro equipo ficha a un delantero y no marca en las primeras jornadas, lo tildamos automáticamente de paquete. Si un entrenador no cumple las expectativas previstas a mitad de temporada, se va por donde ha venido, como Pablo Machín en el Alavés. Yo tengo jugadores que me han durado en Biwenger una jornada (y porque la máquina no te los compra en mitad del partido).

Pero cómo no vamos a ser impacientes en el fútbol si vivimos en una sociedad sumamente impaciente que quiere -necesita- respuestas rápidas a problemas complejos: los virus, la economía, las relaciones. Hace poco leía que una gran cadena de librerías ha lanzado un servicio de mensajería para recibir libros en tu casa en cuestión de minutos. Te levantas con antojo de Oscar Wilde y no puedes aguantar ni a que se hagan las tostadas, normal. Los hay que hacen incluso ostentación de la impaciencia, orgullosos de su cretinez, subiendo a redes sociales pantallazos con el interlocutor de la compañía de reparto a domicilio porque la cena les ha llegado diez minutos tarde.

Por impaciencia han sido despedidos cientos de entrenadores en la historia del fútbol. A veces lo tienen todo para conseguir algo grande: la plantilla, el sistema, la pizarra, el presupuesto, la masa social; lo que no tienen es tiempo. Otras veces tienen la plantilla, el sistema, la pizarra, la masa social, el presupuesto y el tiempo; lo que no tienen es el talento. Aunque lo más frecuente es que los entrenadores no tengan ni tiempo, ni plantilla; en ese caso el problema no es de impaciencia, es de planificación deportiva. Y ahí los que perdemos la paciencia somos los aficionados.

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