Gwangju no es la excepción

Manel Estiarte fue su primer icono, cuando en 1986 fichó por el Pescara y puso en el mapa un waterpolo español que ya había sido cuarto en Moscú 80. Luego, enfocado el deporte en Barcelona 92, se crearon en Madrid y la capital catalana dos centros de tecnificación por los que pasaron los mejores jugadores de la generación de oro, un mestizaje que llevó al waterpolo a ser un deporte popular en España: de 1991 a 2001 ganaron seis medallas internacionales, entre ellas el oro olímpico en Atlanta 96. Mientras tanto, en 1999, se creó en el CAR de Sant Cugat el primer centro de tecnificación de waterpolo femenino. Jennifer Pareja fue una de sus primeras jugadoras.

Esas fueron las bases de lo que se ha conseguido en este Mundial de Gwangju, dos históricas platas en ambas categorías. El waterpolo supo aprovechar el impulso de Barcelona 92 y convertirse en un deporte profesional dentro de su minoría, con referentes, entrenadores de nivel y el respeto del circuito internacional. En 2005, 2007 y 2009 los chicos también se subieron al podio en Europeos y Mundiales. La excepción no es Gwangju, lo fue esta década alejada de las medallas, curiosamente un momento en el que las chicas se convirtieron en el segundo mejor equipo del mundo tras Estados Unidos. Entre ambos equipos suman 17 medallas en 28 años.

El waterpolo tiene estructura, clubes implicados, cantera (11 podios en las 13 competiciones celebradas en 2018) y, lo más importante, unos valores familiares en los que crecer y que se reflejan en los equipos de Miki Oca y David Martín. Dos técnicos que han protagonizado, como jugadores y entrenadores, todo este proceso y se encargan de mantener el legado de un deporte capital en España.

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