Dos platas que saben a platas

Hay un tópico que habla de platas que saben a oros. Nunca me gustó ese enunciado. Las platas son platas, y llegan después de haber perdido una final. Las medallas de plata no son dulces, porque implican una derrota. Ni cuelgan de cuellos de campeones o campeonas, porque han sido subcampeones o subcampeonas. Son expresiones que se utilizan para dar cariño a los caídos, para ensalzar su acceso a la final… Pero no ayudan a crecer. Al contrario, lo que ayuda a progresar es sacar aprendizajes de los partidos perdidos, para no repetir los errores y para superar las situaciones en el futuro. Las Selecciones españolas de waterpolo, femenina y masculina, han sucumbido en sus respectivas finales en los Mundiales de Gwangju, con neta superioridad de sus rivales, Estados Unidos e Italia, y han logrado dos platas que saben a platas.

Una de las derrotas más amargas de nuestro deporte se sufrió en la final olímpica de waterpolo de los Juegos de Barcelona 1992, donde España cayó ante Italia (8-9) después de tres prórrogas. Como recordó este sábado en TVE uno de aquellos jugadores, Dani Ballart, aquella ilustre generación perdió más finales: en los Mundiales de 1991 y 1994, y en el Europeo de 1991. Aquellos dolorosos resultados se clavaron tan profundamente, que fueron capaces de rehacerse para conquistar el oro olímpico en Atlanta 1996 y los títulos mundiales en Perth 1998 y Fukuoka 2001. A sus actuales sucesores hay que felicitarles por haber llegado a la final, por supuesto, y por haber dejado por el camino a equipos tan duros como Serbia y Croacia. Pero no hay que engañarse: han perdido el oro, ellos lo saben. Y ahora toca subir ese peldaño.