Una puerta muy peligrosa
Cataluña es una comunidad con una dilatada tradición deportiva, con clubes arraigados, con deportistas ilustres, con experiencia organizativa... Cada semana acoge eventos internacionales de las disciplinas más variadas. Este año ha celebrado unos Juegos del Mediterráneo, unos Mundiales de Pelota, unos Europeos de Waterpolo... A los primeros acudió Kosovo, a pesar de no ser un país reconocido por España, y en estos últimos participó Israel, como en tantísimos otros torneos. El pasado jueves, sin ir más lejos, el Maccabi jugó contra el Barcelona en la Euroliga de baloncesto. Con total naturalidad. El deporte es capaz de poner a desfilar a deportistas de todos los países cada cuatro años en los Juegos Olímpicos. Hasta las dos Coreas lo hicieron juntas en Pyeongchang 2018. El deporte une y normaliza.
Ajeno a este espíritu, la CUP decidió boicotear el España-Israel de la Liga Mundial de waterpolo por razones políticas. Y lo peor de todo es que casi lo consigue. El encuentro se disputó, pero de forma casi clandestina, en el CAR de Sant Cugat, y después de dos cambios de sede. Primero renunció el Club de Molins de Rei, que se acobardó ante las amenazas, y luego Barcelona, oficialmente por “motivos de seguridad”. La situación se agravó cuando la ministra de Deportes de Israel reclamó una reacción al Gobierno español y tildó el movimiento de “antisemita”. El boicot se había convertido en un conflicto diplomático. Ante este panorama, la RFEN, la FINA y el CSD trabajaron para celebrar el partido, pero ya habían cedido al chantaje. Después de dos concesiones, se ha abierto una puerta muy peligrosa.