Real Madrid 3 - Barcelona 4 | La contracrónica culé

El escudo de Messi

El fútbol es un milagro de perfección que se piensa en los sueños y que a veces comparece en la tierra. A ese milagro se llama buen fútbol, del que Messi es la quintaesencia. Ayer se vio en la batalla del Santiago Bernabéu.

AFP

Los penaltis. Vayamos a los penaltis, que darán que hablar. Esta discusión siempre desluce los resultados del fútbol propiamente dicho; si el gol de Cristiano Ronaldo hubiera sido decisivo, ahora los barcelonistas estaríamos hablando, seguramente, de las circunstancias en que se produjo la jugada, si fue dentro o si fue fuera del área. Y lo mismo ocurrirá en el otro lado, me temo, pues en el equipo blanco se dieron estas protestas en los momentos en que se produjeron las jugadas de conflicto. Esa diatriba no tiene que ver con el fútbol, sino con las circunstancias, de modo que ventilemos ese asunto para hablar de lo que sobresale: el partido como tal.

Homenaje. Fue un homenaje al fútbol, a la claridad del juego, y fue también un monumento a la diferencia que hay entre un equipo y otro. El Madrid es una especie de máquina de peligrosidad; cada vez que un balón cae en las botas de Bale o en el cuerpo (el cuerpo entero, la cabeza también) de Benzema, tiemblan los estadios, y el Barça en concreto se encoge como una toalla mojada. Pasó anoche; esa apisonadora a la que ayer le faltó en el minuto final la presencia de Cristiano demolió por tres veces los sueños de los barcelonistas, que opusieron a esas armas letales sus armas de siempre. Entre ellas, la paciencia. En un momento determinado, esas armas se quedaron achicadas, como encogidas, hasta que Iniesta asumió el mando y el Barça inició un homenaje a su fútbol retrospectivo.

Messiniesta. En el desarrollo del fútbol barcelonista hubo tres elementos a los que el conjunto le debe inspiración y arte. Son Xavi Hernández, que ayer estuvo como un torero en una arena favorable, Messi e Iniesta. El albaceteño fue la sólida marca de sí mismo; su gol no fue importante sólo porque fuera bueno, sino porque responde a una tesis de juego. No hay en ese tiro ninguna fisura, duda ninguna; él sabe por dónde va. Y es así como juega, como tira. Sabe adónde va, tiene un objetivo, ese objetivo siempre tiene en cuenta a los otros, pero a veces (como ocurrió en el Mundial) él sabe que de su idea de la puntería depende el equipo. Luego regresó a ese ámbito asociativo. Siempre, o casi siempre, con Messi. Este Messiniesta que juega en el Barça despierta a veces, y tiene estas consecuencias que el Madrid sufrió anoche.

Extraterrestre. Es ya imprescindible en la historia del fútbol, y al Barça lo ha colocado (como diría Cortázar) en el lado de allá del fútbol, en la zona sagrada en la que sólo pisan los héroes de este deporte. Sus estadísticas ya son supersónicas, pero estimo que ha llegado a ellas simplemente porque no le preocupan. Sus goles de penalti, como su gol elaborado (con Neymar, entre otros), son ejemplos de su manera de concebir el fútbol: con seriedad, con el aplomo que él mismo le da a su equipo, que confía más en él que en la suerte. Él es el precipitado absoluto del fútbol del Barça; puede fallar la defensa (que ayer estuvo en un ay), y pueden fallar alrededor, pero en su mente resolutiva hay una especie de cañón sin dramatismo que sólo explota cuando ya ve al equipo encarrilado. Fue entonces, tras el cuarto gol, cuando se besó el escudo. Debo decir, y los madridistas han de entenderlo como consecuencia del fútbol y no de cualquier otra aberración arrogante, que ese momento en que Messi se besó el escudo vale por algo más que tres puntos en el Bernabéu.