Contar tu vida a través de Nadal

¿Qué contar a estas alturas de Rafa Nadal sin caer en la repetición, en la redundancia, en la loa conocida, en el piropo mil veces narrado? ¿Qué decir a estas alturas de Nadal si es necesario que el speaker de los torneos llegue un cuarto de hora antes sólo para enumerar su palmarés, como versículos de la Biblia? Se ha escrito tanto sobre él que lo verdaderamente original es no escribir nada.

Quizá lo más sencillo para entender su gesta interminable es contar lo que le ha pasado a España desde que Nadal se hizo con su primer Ronald Garros en el año 2005. Por ejemplo, han pasado cuatro presidentes del Gobierno. Hemos asistido al declive del bipartidismo, a tres mociones de censura, al nacimiento de varios partidos de ámbito estatal, el fervor del 15-M, a la abdicación de un Rey, a un referéndum en Cataluña. Celebramos el fin de ETA, un Mundial, una Eurocopa, la gran ola feminista. Nos estremecimos con otro atentado yihadista, con un accidente del Alvia. Nos peleamos en Tuenti, felicitamos en Facebook, nos reímos en Twitter, hicimos acopio de autoestima en Instagram, bailamos ridículamente en TikTok. Entramos en una crisis, no sé si alguna vez llegamos a salir, volvimos a entrar. Asistimos a la llegada del ébola, al terror de una pandemia mundial. Conocimos a la generación Z. Aprendimos a colocarnos las mascarillas sobre las gafas.

Rafa Nadal besa el trofeo tras su victoria en 2005.

También es sencillo contar tu vida propia a través de las imágenes de Nadal restregándose por el suelo naranja de la pista francesa. A mí, por ejemplo, me ha dado tiempo a terminar la carrera de periodismo, encontrar trabajo, publicar tres libros, ver nacer a un sobrino, ir al entierro de tres de mis abuelos, leer el discurso en la boda de mi mejor amiga, vivir en tres países. Todas las vidas se pueden contar a través de los Roland Garros de Nadal, siempre presente, inmutable. Probablemente en el año 2005 pensábamos que qué podría conseguir más si con 19 años ya había conseguido lo más complicado. No sabíamos que lo que nos iba a conceder, 17 años después, era el regalo del tiempo.