El Madrid es de nuevo campeón de Europa. ¿Y el Barça qué? El masculino nada, pero el femenino sigue arrasando y paseándose por España.

Decía Jorge Valdano esta semana que el Liverpool es un equipo sensato, que primero merece los partidos y después los gana. Imposible no estar de acuerdo, pero el Madrid es otra cosa.

Campeona de Europa, mamá. Disfrútalo y mortifica cuanto quieras, para eso se inventó el fútbol. El abuelo dejó el barco en buenas manos.

Los recuerdos paralelos, todo lo que rodea a una final, pesan más que el juego.

Sea cual sea el resultado al final del partido, hay que aplaudirles con fuerza y agradecidos por una temporada en la que han ganado la Liga y han llegado hasta París.

Nace un nuevo verbo en lengua castellana. Embapar: frustrarse un fichaje; tomar el pelo; alosanfán. Tómenselo a broma.

Turín se parece más al tropiezo de un equipo en ascenso que a la lesión de una plantilla saciada.

Quiero pensar que esta historia de Mbappé suma una motivación extra para la final, un solos contra el poder del petróleo y la casta de mayordomos que les sirve.

Uno de los mayores avances que he percibido tras la final de la Champions femenina han sido las críticas hacia el juego y el rendimiento del Barça en Turín. La igualdad también es esto.

No se debe menospreciar jamás lo que supone tener la ocasión de levantar un título europeo. Solo siete clubes españoles lo han logrado alguna vez.

Como todo ciudadano, experimento el día a día con cierto cabreo, y la rabia de que tantas cosas no funcionen.

La idea de felicidad de Domingo Villar era estar en la grada con sus hijos el día que el Celta ganase un título.

Apenas ha empezado a ser profesional y ya ha cambiado, para mejor, el mundo del fútbol.

A la dirección deportiva del Barça se le acumula la faena para este verano. Una vez más no será fácil conjugar la economía con los deseos futbolísticos.

Pienso que puede salvarse, que sus cualidades son no solo aprovechables sino necesarias.

Podría darse la situación de haber visto todos los partidos y ahora perderme las finales.

Todos vimos, aunque nos negamos hasta el último momento a creerlo, que el Madrid iba a ser campeón desde mucho antes de la irrupción de las matemáticas.

A veces los finales nos gustan, otras no tanto porque nuestra decepción es la felicidad del rival pero pronto todo volverá a su sitio, los títulos, las ligas y los descensos se olvidarán con la necesidad de volver a conseguirlo.

Es como la retórica que algunos bardos del madridismo han utilizado para dar por enterrado a Pep Guardiola tras la derrota de su equipo en el Bernabéu.