Jugar en el nombre del padre

Jugar en el nombre del padre

Sólo faltó poner apellido (B) al nombre de los equipos para que el partido hubiese sido más real. Fue una final entretenida, jugado por los filiales (reforzado por algunos profesionales) de los grandes de Cataluña que demostraron el porqué unos vivieron con tranquilidad en la zona media del Grupo III de Segunda B (Espanyol) durante toda el curso y por qué los otros (Barça B) sellaron hace unos días su descenso al infierno más caliente. Pero tiene un resumen sencillo: es todo cuestión de orgullo en el terreno de juego, cariño por los colores a los que defender y un buen trabajo de despacho. Unos y otros se fajaron, pero el juego blanquiazul siempre fue superior y mejor al del equipo culé, cuyos futbolistas no saben dónde jugarán la próxima temporada.

Pero si alguna cosa buena y bonita tuvo el partido fue ver cómo tres generaciones de ex futbolistas profesionales veían las evoluciones de sus hijos. Hubos dos blanquiazules y un azulgrana. Marc Pedraza es hijo de Ángel, centrocampista de mediados de los 80 y que ahora entrena al Villarreal B; Miguel Palanca lo es de Santi, que militó como atacante en el Espanyol de la misma época y que hizo goles en el ya desaparecido Sarrià. Sergi, en cambio, es hijo de Carles Busquets, aquel portero que se sacó Johan Cruyff de la chistera y al que le encantaba jugar el balón con los pies. Y eso lo heredó su hijo, que ahora pelea en el Juvenil A, pero que ya sabe lo que es debutar con los mayores. Jugaron tres chavales, y lo hicieron en el nombre del padre.