Gilbert saca un diez en Bilbao
El belga cruzó la meta marcando la decena como los dedos de las manos, que son el número de victorias que acumula en las tres grandes vueltas.
Philippe Gilbert podría retirarse mañana mismo y ya sería considerado una leyenda del ciclismo. El belga ha ganado cuatro de los cinco Monumentos (Flandes, Roubaix, Lieja y Lombardía), sólo le falta la Milán-San Remo; también se ha enfundado el maillot arcoíris en el Mundial de fondo, y diez etapas en las tres grandes rondas (seis en la Vuelta, tres en el Giro y una en el Tour)… No necesita más, pero le va la marcha. La semana que arrancaba la ronda española anunció su fichaje por el Lotto-Soudal para las próximas tres temporadas. Tiene 37 años, así que seguirá corriendo hasta los 40. No se conforma. La voracidad de los campeones es insaciable, como demostró este jueves en Bilbao.
La etapa vizcaína presentaba un sinuoso recorrido perfectamente comparable con una clásica, ese terreno que tan bien maneja el laureado Gilbert. Los últimos 30 kilómetros encadenaban tres subidas cortas, pero duras y explosivas: Urruztimendi (2,5 km al 9,2%), el tradicional Vivero (4,3 al 7,7%) y Arraiz, en el barrio de Rekalde, un muro de 2,2 km al 12,2%, con rampas al 20%, incorporado a la historia de la Vuelta por Roberto Laiseka, ahora en labores de chófer y asesor de Javier Guillén. Un ciclista como Gilbert, acostumbrado a los muros flamencos y las colinas valonas, se frota las manos ante un escenario así.
La fuga del día tardó en destacarse, no tomó forma hasta que se habían superado los cien kilómetros, pero una vez lanzada, el pelotón dejó hacer. En esta ocasión había 19 aventureros. Los vascos, en casa, volvieron a contar con una motivación extra, en especial los del Caja Rural, el único de los cuatro equipos invitados que todavía no ha brindado por un éxito. La escuadra navarra metió en la escapada al guipuzcoano Álex Aranburu y al vizcaíno Jonathan Lastra, ya acostumbrados a atacar en pareja, porque era su tercera presencia conjunta en vanguardia. También volvió a gozar de protagonismo el Euskadi-Murias, que, todavía con el regusto del triunfo de Mikel Iturria en Urdax, colocó en la refriega a Fernando Barceló y Cyril Barthe.
Gilbert, arropado en la excursión por su compañero Tim Declercq, pisó el acelerador en el punto caliente del trazado, en ese Arraiz plagado de público que se coronaba a 7,5 kilómetros de la llegada. El belga abrió hueco suficiente para triunfar, a pesar del empuje de dos ciclistas españoles de 23 años, Aranburu y Barceló, que se relevaron a la caza del mito belga, para empezar a construir su propia historia. Le tuvieron cerca, pero no le echaron el guante. Aranburu acabó otra vez segundo, como ya le ocurrió en Igualada.
Philippe Gilbert cruzó la meta marcando el diez con los dedos de sus dos manos, que son el número de victorias que acumula en las tres grandes. La décima, que también es la sexta victoria en la Vuelta, ha llegado en un escenario mágico, en Bilbao, ante una de las mejores aficiones del mundo. “Esto es como ganar una clásica”, dijo el belga. Y no lo resaltaba sólo por el recorrido, sino también por el ambientazo que siempre brinda el público vasco. “Ganar aquí, con las banderas y la afición, es como ganar en Flandes”, remató el ilustre clasicómano. Sin duda, uno de los mejores elogios que puede recibir una ciudad ciclista.
La subida a Arraiz también propuso un movimiento entre los gallos, un fogoso ataque de Superman López que fue apagado rápidamente por Primoz Roglic, bien escoltado por el Jumbo durante toda la jornada. Y así quedó la cosa. La dureza redujo el grupo a 19 unidades, que se plantaron en Bilbao sin cambios en la clasificación. La sombra de Los Machucos asoma este viernes, a toque de despertador. Y un poco más allá, el domingo y el lunes, se divisan las etapas decisivas de Asturias. Ahí sabremos si el maillot rojo muestra fisuras. De momento, sigue pletórico.