TOUR DE FRANCIA | ETAPA 3

Alaphilippe se viste de amarillo con una exhibición colosal

El francés de Deceuninck atacó a 15 km en las rampas del Mutigny, ganó la etapa en Épernay y arrebató el maillot a Teunissen. Landa asomó en la batalla.

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El Tour abandonó Bélgica y entró en Francia con un nombre en boca de todos: Julian Alaphilippe. Los análisis le señalaban como favorito para la tercera etapa, quizá porque el propio ciclista había marcado esta jornada con rotulador rojo en el libro de ruta. “Es muy cabezón”, dijo luego su compañero Enric Mas. Y con esa tozudez, Alaphilippe cumplió el pronóstico con una exhibición colosal, aunque no de la manera que todos pensábamos, no en ese repecho donde podía haber impuesto sus dotes de uphill finisher, de rematador en subida, sino con un ataque a 15 kilómetros, cuando las rampas superaban el 12%. Allá se marchó solo, majestuoso, superior... Hacia el maillot amarillo.

El aficionado español también reivindicaba un nombre: Alejandro Valverde. Casi un clon de Alaphilippe, pero con 12 años más. Ambos se adaptaban al perfil, a esos últimos 45 kilómetros con cuatro cotas de cuarta y tercera categoría, y sobre todo a esa cuesta final que conducía a la victoria en Épernay. La última y única vez que la Grande Boucle había llegado aquí, en 1963, Federico Martín Bahamontes arañó una buena renta sin necesidad de esperar a las altas montañas. Entre viñedos y toboganes, la región de Champaña siempre invita a un brindis por la aventura.

Por la mañana, Alaphilippe aceptó la apuesta: “La meta es explosiva, me conviene perfectamente”. Lo que no desveló es que no iba a esperar tanto. Tampoco se tapó su equipo, el Deceuninck, que tomó la responsabilidad del pelotón para neutralizar a los cinco escapados del día. El Bora de Sagan también asomó a la cabeza. Igual que el hiperactivo Astana, donde Fuglsang ya ha restañado sus heridas, Omar Fraile quiere la Montaña y Lutsenko viste de cazador. Cayeron los fugados Rossetto, Ourselin, Offredo, Delaplace… Sin remedio. Pero Wellens tenía una marcha más y pisó el acelerador a fondo. Hasta que Alaphilippe quiso.

El Tour llegó a Francia y Julian Alaphilippe, un francés, se vistió de amarillo.REUTERS

El francés del Deceuninck es una mezcla de Valverde, Bettini y Jalabert, aunque principalmente es Alaphilippe, un ciclista sublime. Podría haber aguardado a la llegada, pero eligió atacar más lejos, en el punto caliente del trazado: el Mutigny, una ascensión de 900 metros con pendientes bravías. Un muro de esos que tanto gustan a los clasicómanos. Arrancó ahí, en lo más duro, y no encontró valientes que persiguieran su cabalgada. Rebasó a Wellens nada más superar la cima, que tenía un premio extra de ocho, cinco y tres segundos. El Tour ha decidido poner bonificaciones en algunas cotas. Un estímulo.

Por detrás hubo intentonas para aprovechar las turbulencias y se formó un cuarteto interesante: Landa, Woods, Lutsenko y Schachmann. Por momentos, también nos emocionamos con Landa, como ya hicimos en el Giro. Landismo en el Tour. Habrá más. Cuando manejas un tridente como el Movistar, puedes jugar varias cartas, a la espera de que se destape el as. El vasco no tenía nada planeado, pero anduvo avispado. Y casi pesca en río revuelto.

Ajeno al ajedrez de la retaguardia, Alaphilippe avanzaba imperioso hacia la victoria y el amarillo en la ciudad del champán. Este año ya había ganado tres grandes clásicas, Milán-San Remo, Flecha Valona y Strade Bianche, y etapas en Dauphiné, País Vasco, Colombia y San Juan. Unas semanas antes de arrancar la carrera, un aficionado me comentó que con un pronóstico tan abierto y con un recorrido no tan rotundo, Alaphilippe podría luchar también por el Tour de Francia. Pues quizá va a llevar razón. Levantemos las copas.

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