Alaphilippe se viste de amarillo con una exhibición colosal
El francés de Deceuninck atacó a 15 km en las rampas del Mutigny, ganó la etapa en Épernay y arrebató el maillot a Teunissen. Landa asomó en la batalla.
El aficionado español también reivindicaba un nombre: Alejandro Valverde. Casi un clon de Alaphilippe, pero con 12 años más. Ambos se adaptaban al perfil, a esos últimos 45 kilómetros con cuatro cotas de cuarta y tercera categoría, y sobre todo a esa cuesta final que conducía a la victoria en Épernay. La última y única vez que la Grande Boucle había llegado aquí, en 1963, Federico Martín Bahamontes arañó una buena renta sin necesidad de esperar a las altas montañas. Entre viñedos y toboganes, la región de Champaña siempre invita a un brindis por la aventura.
Por la mañana, Alaphilippe aceptó la apuesta: “La meta es explosiva, me conviene perfectamente”. Lo que no desveló es que no iba a esperar tanto. Tampoco se tapó su equipo, el Deceuninck, que tomó la responsabilidad del pelotón para neutralizar a los cinco escapados del día. El Bora de Sagan también asomó a la cabeza. Igual que el hiperactivo Astana, donde Fuglsang ya ha restañado sus heridas, Omar Fraile quiere la Montaña y Lutsenko viste de cazador. Cayeron los fugados Rossetto, Ourselin, Offredo, Delaplace… Sin remedio. Pero Wellens tenía una marcha más y pisó el acelerador a fondo. Hasta que Alaphilippe quiso.
El francés del Deceuninck es una mezcla de Valverde, Bettini y Jalabert, aunque principalmente es Alaphilippe, un ciclista sublime. Podría haber aguardado a la llegada, pero eligió atacar más lejos, en el punto caliente del trazado: el Mutigny, una ascensión de 900 metros con pendientes bravías. Un muro de esos que tanto gustan a los clasicómanos. Arrancó ahí, en lo más duro, y no encontró valientes que persiguieran su cabalgada. Rebasó a Wellens nada más superar la cima, que tenía un premio extra de ocho, cinco y tres segundos. El Tour ha decidido poner bonificaciones en algunas cotas. Un estímulo.
Por detrás hubo intentonas para aprovechar las turbulencias y se formó un cuarteto interesante: Landa, Woods, Lutsenko y Schachmann. Por momentos, también nos emocionamos con Landa, como ya hicimos en el Giro. Landismo en el Tour. Habrá más. Cuando manejas un tridente como el Movistar, puedes jugar varias cartas, a la espera de que se destape el as. El vasco no tenía nada planeado, pero anduvo avispado. Y casi pesca en río revuelto.
Ajeno al ajedrez de la retaguardia, Alaphilippe avanzaba imperioso hacia la victoria y el amarillo en la ciudad del champán. Este año ya había ganado tres grandes clásicas, Milán-San Remo, Flecha Valona y Strade Bianche, y etapas en Dauphiné, País Vasco, Colombia y San Juan. Unas semanas antes de arrancar la carrera, un aficionado me comentó que con un pronóstico tan abierto y con un recorrido no tan rotundo, Alaphilippe podría luchar también por el Tour de Francia. Pues quizá va a llevar razón. Levantemos las copas.