La ley de Nadal: “Si me rompo, me rompo”
Desde que terminó la final de Indian Wells y apagué la luz de la mesilla, contando raquetazos de Rafa Nadal y Taylor Fritz en lugar de ovejitas, hasta el momento en el que escribo estas líneas, varias personas me han preguntado por qué Nadal no se retiró del partido, en lugar de arrastrar tanto sufrimiento en la pista, cuando nadie le hubiera recriminado un gesto así tras la brillante temporada que lleva, y cuando a él tampoco le aporta mucho un título más o menos en su mareante palmarés. La cuestión habría que trasladarla al propio Rafa, pero se me ocurren algunas respuestas. La primera es su carácter de campeón. Nadal no suele rendirse, siempre apura hasta la última posibilidad, mientras haya una mínima esperanza. Su elevada tolerancia al dolor le hace traspasar umbrales inalcanzables para otros. Ya ha demostrado su capacidad para levantar partidos imposibles, a base de ahínco y de talento como estratega. El balear sabe, mejor que nadie, adaptar su tenis a los elementos. Esta vez no hubo milagro, pero casi fuerza el tercer set. No lo hizo. Porque también es humano y porque enfrente hay un rival.
Otras respuestas están relacionadas con sus valores, con el respeto al oponente, al público, al torneo, al tenis… Al otro lado de la red tenía a un jugador que, tirando de códigos similares, había salido a competir lastrado también por una lesión, cuando parte de su equipo le aconsejaba abandonar. Fritz, ilusionado con la posibilidad de su primera gran corona, además en su California natal, es el otro ejemplo de esta final. La resistencia de Nadal honró a su rival. Y viceversa. Hace unos meses, Rafa pensaba más en la retirada del tenis que en enlazar 20 victorias seguidas con tres títulos, entre ellos el Open de Australia, más la final de un Masters 1.000 y el tercer puesto de la ATP. Entonces le dijo a su cuerpo técnico y a su cuerpo físico: “Vamos a tope, y si me rompo, me rompo”. Y esa sigue siendo su ley de vida.