Mundiales de homenaje

La organización del Tour de Francia ubicó una meta en Pamplona en 1996. No era una etapa más, sino una gran etapa de los Pirineos que ascendía al coloso Larrau, que podía decidir el ganador de aquella edición. De hecho, fue clave para el podio. El Tour y la ciudad navarra querían rendir así tributo al campeón de los cinco años anteriores, a una leyenda de la historia del ciclismo: Miguel Indurain. El público soñaba con ver llegar a su ídolo enfundado en el maillot amarillo camino de su sexta victoria, que hubiera supuesto un récord absoluto. Pero las cosas no sucedieron así. Indurain había ido penando durante todo el trazado y acabó por sucumbir en su tierra. Eso no fue óbice para que los aficionados, algunos con lágrimas en los ojos, le recibieran con el grito: “Indurain, Indurain, Indurain…”.

España ha organizado en estos días dos Mundiales que terminaron ayer con un resultado diferente al imaginado. Huelva albergó el campeonato de bádminton con su hija Carolina Marín fuera de la cancha por una grave lesión. Y Granollers celebró las finales por el podio de balonmano, en este caso con las Guerreras en la disputa por el bronce, que no pudieron rematar porque chocaron contra una Dinamarca superior. No hubo medalla, pero sí futuro. La Selección femenina cedió dos plazas respecto a la plata de dos años antes, pero dio un enorme salto hacia arriba respecto a los últimos Europeo y Juegos Olímpicos, con un grupo de jóvenes jugadoras que aseguran el porvenir. Al hilo de aquel lejano 1996 en el Tour, ninguno de estos dos torneos ha salido tampoco como se había soñado. Ni Carolina reinó en casa, ni siquiera jugó. Ni las Guerreras se subieron al cajón. Pero su organización, en ambos casos, son el merecido y justo homenaje a una atleta y un equipo históricos del deporte español, que han escrito bellas páginas en los últimos años. Igual que Indurain en Pamplona.