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¡Indurain, Indurain, Indurain...!

Confieso que nunca he estado en Pamplona por San Fermín... Entre otras cosas, porque durante doce años de mi vida me coincidieron esas fechas con el Tour de Francia. No he estado en Pamplona en los sanfermines, pero sí con Miguel Indurain... El otro gran símbolo de Navarra. Fue aquel 17 de julio de 1996, en la 17ª etapa de la Grande Boucle, con salida en Argelès Gazost y con el terrible Larrau como juez del recorrido. Un total de 262 kilómetros de etapón pirenaico. En el guión de aquella jornada estaba escrito que Miguel cruzaría su localidad de Villava y llegaría a Pamplona vestido de amarillo en lo que hubiera sido su sexta victoria en el Tour. Pero en el ciclismo las películas no siempre acaban como dicta el guionista. El sexto Tour nunca existió.

Indurain ya había sucumbido antes de aquel día ante el poderío del Telekom, personificado en el veterano Biarne Riis y en el prometedor Jan Ullrich. Sus paisanos y un servidor aún esperábamos una gesta, un ataque que le situara al menos en el podio. Pero tampoco existió. La etapa la ganó Laurent Dufaux. El pentacampeón entró a 8:30 minutos. Y desde ese momento, el cántico no cesó: "¡Indurain, Indurain, Indurain...!". El protocolo se rompió cuando Miguel subió a un podio que ya no era suyo. Riis le alzó el brazo. Y el cántico continuó... A mi alrededor vi muchas lágrimas; al menos durante el tiempo que mis lágrimas me dejaron ver. Fue su derrota más gloriosa. Y ahora la Vuelta a España visita el reino de Miguel y de San Fermín. Los dos símbolos de Navarra.