El vendedor

Joan Laporta avanza por los pasillos del museo del Barcelona hacia el plató de TV3 donde ofrecerá su primera entrevista como resucitado presidente del club. Entra trajeado, con paso firme y escoltado por su séquito. Van todos cubiertos con una mascarilla naranja Wembley en la que destaca un adorno significativo. Como cada vez que se lo he visto en campaña, el 14 de Johan Cruyff en la cara de Laporta me invita a elaborar complejos cálculos matemáticos sobre la composición de la máscara. ¿Cuánto habrá de profiláctico y cuánto de marketing en su composición? A todo esto, la realización baña la escena con una remezcla machacona del 'Can't takes my eyes off you' de Gloria Gaynor. Laporta la ha escogido para adornar el momento porque, como confesará antes de comenzar la entrevista, es alegre, tiene ritmo y habla de un romance similar al suyo con el Barça. Parece que ha transcurrido una eternidad, pero un vistazo al contador del vídeo me lo desmiente. Dos minutos dan para muchos trucos.

Cuando veo a Laporta no puedo evitar la comparación con Berlusconi, aunque las diferencias entre ambos en la liga del tejemaneje sean abismales. Un vistazo a las crónicas en su regreso a este Barcelona deprimido lo confirma. Como ocurrió con el dueño del Milan, de Laporta se destaca, por encima de cualquier otra cualidad, su encanto natural, su capacidad de embrujo y esa facilidad suya para abandonarse al hedonismo más desacomplejado. Berlusconi llegó para iluminar con su carácter una política italiana carcomida; Laporta va a por su segunda edición de lo mismo en Can Barça. En los advenimientos de ambos hay un rasgo común. Es como si los mortales necesitáramos de un salvador cachondo que nos resucite cada cierto tiempo. No sé cuánto dice esto sobre nosotros mismos.

Joan Laporta visita a las plantillas de fútbol tras las elecciones.

Tal es el desastre que deja Bartomeu a su paso que muchos atisban incluso el milagro. Que Messi hasta relajará el gesto y acabará sucumbiendo a la irresistible conga de Joan hasta bien entrada la mañana y más allá. Desde un punto de vista frío, lejos del artificio, es sensato pensar que Laporta no heredará ahora lo que heredó en su anterior etapa. Guardiola o Puyol por nombrar solo algunos ases de la baraja. Que la demencial gestión de Bartomeu le obliga a una tarea titánica. Que necesitará algo más que trucos de magia. Justo cuando escribo estas últimas líneas sobre el nuevo presidente del Barça recuerdo una escena que le viene al pelo. Son Christopher Walken y Robert de Niro en 'El Cazador', cantando también el Can't takes my eyes off you’ pero antes de partir hacia la guerra de Vietnam.