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Después de una larga y cruenta guerra, el socio del Barça se decantó el pasado domingo por enterrar definitivamente el blasón del nuñismo y abrazar la fe cruyffista sin reservas, al menos por una temporada larga. Nada es definitivo en un club que acoge tantas almas y tan dispares como para montar una secta, encerrarse en el Camp Nou esperando la luna del séptimo día y reinventar el concepto de suicidio colectivo. Lo ejecutaría cada uno a su manera, sin orden ni concierto, que para pertenecer a clubes homogéneos se hace uno del Real Madrid, del ISIS o del Ku Klux Klan, qué sé yo.

"Es lo que hago: bebo y sé cosas", le dice Tyrion Lannister a su padre en Juego de Tronos. Y también dice aquello de "nunca olvides lo que eres porque el mundo, desde luego, no lo va a olvidar. Úsalo, conviértelo en tu mejor arma y jamás será tu punto débil". La campaña de Joan Laporta pareció, en algunos momentos, diseñada por el propio R.R. Martin y el resultado no ha dejado lugar a la duda, al menos en cuanto a las aspiraciones de la masa culé: alegría, un toque canalla y el máximo respeto en los ojos del enemigo. Aquella lona en el corazón de la Castellana fue una jugada maestra, la versión moderna de la cabeza y la pica. Hoy, más que nunca, alguien debería preguntar a Víctor Font quién demonios fue el loco que le aconsejó luchar a tumba abierta contra la nostalgia: un gallego seguro que no, ya se lo digo yo.

Imagen gigante de Joan Laporta junto al Bernabéu
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Imagen gigante de Joan Laporta junto al BernabéuJuan MedinaREUTERS

El empresario será presidente del Barça algún día. Se lo comenzó a ganar con un número de votos nada despreciable pero también con su saber perder en la misma noche electoral. No era fácil derrotar a Laporta en estas condiciones, con una afición deprimida y en busca de un vaso de vino al que agarrarse, pero todo parece indicar que existe un momento en el futuro próximo del club aguardándolo, posiblemente de la mano de —esta vez sí— un bien preparado y comprometido Xavi Hernández. Y somos legión quienes volveremos a celebrarlo, no lo duden, pues será la demostración empírica de que el viejo dragón del nuñismo yace enterrado a mil metros bajo tierra, quién sabe si escupiendo fuego o recalificando almas perdidas en un hipotético infierno.