El Tour, LaLiga y el coronavirus

El Tour rueda por Francia y todos cruzamos los dedos. El Tour es de antiguo la gran fiesta deportiva de Europa Occidental y su eco ha ido creciendo año a año hasta alcanzar a todo el mundo. Ayer, sin ir más lejos, ganó la etapa un australiano con sangre coreana, un tipo chiquito y recio de ojos oblicuos que culebreó a velocidad insensata por un bosque de esprinters. Cruzamos los dedos, decía, por el temor a que el coronavirus comparezca. A que consiga filtrarse en esa burbuja aséptica ensayada en la Vuelta a Burgos, la prueba que reactivó al ciclismo. Le siguieron otras, y ahora toca el Tour, desplazado varias semanas de sus fechas naturales.

El deporte lucha en cada frente contra la pandemia con la misión de devolvernos la moral como especie capaz de enfrentarse a todo. Lo del ciclismo es particularmente difícil. No es lo mismo juntar a unos equipos en Lisboa, aislados en sus hoteles, que pasear a tres mil personas por toda Francia, desparramándose por hoteles, reencontrándose en cada salida y cada meta, tras pedalear codo con codo cuatro horas los ciclistas. Cualquier descuido haría correr el contagio como la pólvora. Si esto termina bien habrá representado un mérito soberbio de tantas personas que están en ello y nos animará de cara al Giro y a la Vuelta.

Y mientras los ciclistas rodaban, ayer se alumbró por fin el calendario de LaLiga, que se inicia con retraso y partidos desplazados a la segunda y tercera jornada. Salidos del encierro liquidamos la Primera y la Segunda con éxito hasta el último día, cuando el 'Fuenlagate' sacó al aire lo peor del fútbol. Entonces vivíamos con el susto aún en el cuerpo. Ahora volvemos de un verano jubilosamente insensato y ya vemos cómo proliferan los casos de positivos, en el fútbol como en todas partes. Me pregunto cuántos aplazamientos podrá digerir un calendario con siete equipos jugando en Europa y en un curso inalargable, por la Eurocopa y sus homólogas.

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