Muguruza rescata el talento
El talento no se pierde de la noche a la mañana. Sólo hay que encontrar la fórmula para rescatarlo, detectar cuándo y por qué se divorció de su dueño. Garbiñe Muguruza llevaba dos años perdida en un laberinto, en un bucle de derrotas ante jugadoras con menor ranking y, por supuesto, con menor calidad. Su técnico, Sam Sumyk, había sido capaz de conducirla hasta el número uno del mundo, hacia dos victorias de Grand Slam, pero igual que subieron juntos, ambos cayeron en el pozo de la mano a la misma velocidad. Algo no funcionaba. Una tenista de 26 años con esas prestaciones no podía estar acabada. Había que buscar soluciones. El nombre de Conchita Martínez circulaba de boca en boca, porque junto a ella había ganado Wimbledon en 2017, mientras Sumyk estaba de baja por paternidad. Ahora es fácil, y hasta oportunista, decir que tenía que haber cambiado antes de entrenador. Seguramente es así. Pero el relevo ha llegado cuando Garbiñe sintió la necesidad de hacerlo. Nunca es tarde. Y junto a Conchita ha logrado despertar el talento y retomar el camino.
Garbiñe Muguruza ha vuelto. Este sábado jugará la final del Open de Australia con Sofía Kenin, tras batir a Simona Halep, otra ex número uno mundial. Podrá perderla o ganarla, pero Garbiñe ya ha demostrado, y sobre todo se ha demostrado a sí misma, que está otra vez arriba. En su sitio natural. Conchita ha pulsado la tecla. El torneo comenzó raro, con un rosco encajado en el primer set y con un proceso febril. Pero ese día remontó ante Rogers, también se fue al tercer parcial en el siguiente choque con Tomljanović… Y tanto remontó, tanta confianza recuperó, que desde entonces no ha cedido una manga, justo cuando desfilaron las rivales de mayor calidad: Svitolina, Bertens, Pavlyuchenkova y, al fin, Halep. Ya sólo falta un partido. Pase lo que pase, Garbiñe ha vuelto. Esperemos que esta vez sea para quedarse.