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Una huelga de doble filo

El efecto que se puede esperar con una huelga viene a ser directamente proporcional al efecto que haga en la sociedad la retirada del correspondiente servicio. Visto así, este paro del fútbol femenino, de causas conocidas y respetables y con un éxito pleno en su seguimiento, deja muchas dudas. No fue mucha gente la que se quedó sin fútbol, ya que muy pocos van. Y tampoco por la tele, donde las audiencias, de por sí modestas, se estaban evaporando por la guerra declarada por Rubiales a Mediapro. Esta huelga es un paso más en el súbito deterioro de una actividad que estaba en feliz crecimiento.

Los arreones voluntaristas para llenar grandes estadios con entradas regaladas, el papel discreto tirando a bueno en el Mundial, los cantos de sirena surgidos de la ‘subasta’ Federación-Mediapro y el optimismo reivindicativo de la AFE han creado un equívoco que desenfoca la verdadera dimensión de esta actividad. Un equívoco de fácil desarrollo en estos años en los que la mujer lucha y vence barreras ante la simpatía de cualquier persona civilizada. Pero hay algo que se llama mercado, y sé que no es popular recordarlo en estas circunstancias, pero es obligado meterlo en el análisis de esta espinosa cuestión.

Hace tres años, en el fútbol femenino no había ni contratos y era casi clandestino. Recibió el impulso firme de Iberdrola, que incluyó el estímulo a los medios para informar sobre él. Tebas lo acogió en su política expansiva, que incluyó las transmisiones en Gol de Mediapro. Rubiales reclama este espacio, como tantos otros que abandonó Villar. Y bastante complicada era esa situación como para que se cruce esta huelga. Se entienden las razones, se entiende la impaciencia, pero esos objetivos estaban a mano quizá para dentro de un año, según iban las cosas. Ahora pueden alejarse o malograrse.