Nadal, pista libre a la eternidad

Rafa Nadal disfruta. Y Nueva York y todo el mundo con él, que para eso la Gran Manzana es el epicentro del movimiento de la tierra. Con 33 años, el físico afinado como si tuviera 20 (la nutrición ha pasado a estar también en el centro de su preparación), la despreocupación del que ya lo tiene todo hecho después de haberse escapado tantas veces del infierno, la pasión competitiva intacta que aplica igual al parchís contra la gente de su equipo que a la final de un ‘grande’ y el ansia mitigada porque Carlos Moyá metió en su cabeza la importancia de los descansos, Nadal se ha plantado otra vez en la final del US Open. Un torneo con el que redondeó el sagrado círculo de los cuatro Grand Slams en 2010. Un sitio en el que, a pesar del barullo, se siente cómodo.

El cuadro se le ha ido allanando, pero la suerte es para el que la trabaja. Y Nadal llegó a Flushing Meadows perfecto. Lo que otras veces le pasó a él, entrar en el final de temporada machacado, le ha ocurrido a Novak Djokovic, que en 2018 protagonizó una segunda parte de curso brutal que ahora pesa como un lastre y pasa factura. Los demonios vuelven a rondar por la mente del serbio. Y Roger Federer, con 38 años, no puede ser eterno. Nada lo es. El último Grand Slam del suizo data de Australia 2018. Si Nadal frena al peligroso Medvedev en la final, se colocará a un solo ‘grande’ de los 20 del genio de Basilea. Y en Roland Garros parece que puede ganar hasta que quiera. Nadal sonríe. La pista para despegar hacia la eternidad se despeja. Es hora de volar.

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