Epitafio de un legado marchito

Quique Sánchez Flores. Entrenador de fútbol. Dirigió al Espanyol de junio de 2016 a enero de 2018. Carismático. Elegante. Defensivo. Eje del primer proyecto Chen, los objetivos del cual redefinió en su primera conferencia de prensa. Esa misma en la que ya dejó una puerta abierta a su regreso a Inglaterra. Pasó sus últimos meses mustio, entre el engaño y el desengaño. La Premier, ese paraíso para los entrenadores, lo colme de gloria.

Pasemos inventario a su legado. Futbolísticamente dejará poco en el tintero de la memoria. No hay proezas, ni partidos que explicar a los nietos. Dejará al club en la misma clasificación que lo encontró, después de algunos millones desperdiciados en jugadores de los que el club sacará escaso provecho. Estilísticamente, un fútbol más cercano al gris rigor del contable que al tronío artístico que por ADN se le supone. Su discurso, que buscaba sus raíces en la nobleza del pasado y dibujaba un ambicioso futuro, se marchitó por contagio de la mediocridad en la que está inmersa el club. En el fondo de la taquilla que deja huérfana, yace una fotografía con Messi en uno de sus primeros derbis. A medida que sus brazos se funden con el astro, se aflojaban con la afición blanquiazul que soñó en él a un Simeone y acabó desenamorada de un tipo al que el Espanyol le quedó siempre demasiado pequeño.

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