Lorenzo y el placer de cambiar

Suele decirse: 'si algo funciona, ¿para qué cambiar?'. Jorge Lorenzo es el vigente campeón del mundo de MotoGP y cualquiera en sus zapatos dejaría las cosas como están. Vivió un final de Mundial 2015 de infarto, enjugando la diferencia que le llevaba Valentino Rossi y firmando finalmente su quinto título, tercero en esa máxima categoría que hace décadas nos sonaba a Marte y ahora al pan nuestro de cada día. "Jorge está dos pasos por delante de todos", decía Márquez el sábado en Le Mans. Y el domingo ha demostrado su plenitud de pilotaje. Los 29 años recién cumplidos no pueden sentarle mejor.

Se dice también, sobre todo quienes más saben de esto que son los pilotos, que hoy día la Yamaha es la mejor moto en parrilla. Que esa YZR-M1 ofrece las mejores prestaciones y es el referente para los ingenieros de Honda, Ducati o Suzuki, que esa máquina pintada en azul y blanco es la envidia del Mundial. Entonces, ¿para qué cambiar? Seguramente porque a Lorenzo nunca le ha gustado lo fácil, porque desde que debutó en el Mundial con 16 años (Río de Janeiro, 2003) dejó claro que su gen competitivo no le cabe en el mono, que tiene ganas de nuevos retos y de hacer aún más grande su nombre en la historia del motociclismo. Podría hacerlo con Yamaha, pero la carretera de Ducati es más revirada y el paso por curva es parte del ADN de Jorge. Por eso elige Ducati, por reinventarse y poder demostrar que uno es grande independientemente de la moto que le pide gas. “¿Cómo ves a Jorge”, preguntaban en Movistar+ a Ramón Forcada, jefe de mecánicos del balear. “Machacón”, dijo. Un piropo en toda regla.

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