El gol sin un remate excelente

Lleva los mismos goles en ocho partidos de esta Liga que en los 31 que jugó la pasada o los 16 de la anterior con el Rayo. Con Quique marcó seis en 28; ocho en el Valladolid en 34; nueve en el Albacete en 35; seis en el Celta en 30. Diego Costa nunca le hizo ascos al gol, pero tampoco había pasado como un especialista. Y, sin embargo, hoy luce como el máximo realizador del torneo en el que habitan Messi y Cristiano y de todos los demás campeonatos europeos.

No es el gol su principal característica, pero obedece. Lo asume como acto de servicio. No tiene ni buen remate (cuenta quien lo dirigió en Pucela que se quedaba entrenando con él los disparos, pero a puerta cerrada, para evitarle el bochorno ante los aficionados). No es un definidor como Falcao. Tampoco posee un control exquisito que le ayude. Pero marca. Llega al fondo de la red a partir de sus virtudes previas, los demarques de ruptura, la potencia combinada con la velocidad, la insistencia para acompañar y sobre todo la habilidad para ganar la posición a base de cuerpo y astucia. A veces regatea al defensa, pero sobre todo lo desequilibra (por pericia en la carga, como ante el Celta). En el laboratorio suele aparecer por el segundo palo para empujar las pelotas peinadas desde el primero. Es imperfecto como nueve, poco ortodoxo, a menudo tira al bulto. Y sin embargo, ajustando o a empujones, conquista el gol sí o sí. No es fácil llevar la contraria a Diego Costa cuando se empeña.

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