¡Remontaremos!

Lewandowski se vistió de superhéroe y dejó al Madrid medio noqueado. Ir a Alemania es un ejercicio de alto riesgo. Pero quedan el Bernabéu, el miedo escénico y la fe. Mucha fe.

Bañarse en el caos. Suena como si fuera el título de la portada de un grupo punk, pero en realidad es la única receta conocida para derribar los muros de la lógica. Crecí en los años 70 y 80 con varias demostraciones de testosterona, que dibujaron la leyenda del mejor club de la historia del fútbol. Con diez añitos, en mi casa de Carabanchel recuerdo cómo botaba alborozado festejando los goles al Derby County, cantados por Héctor del Mar, El Hombre del Gol, a través de la magia de la radio. En campo inglés habíamos perdido 4-1. Pero en la vuelta y en un Bernabéu abarrotado (115.000 espectadores), Santillana, Pirri y Amancio obraron el milagro. 5-1 en la prórroga y la leyenda empezaba a dispararse. En los 80 nos matriculamos en remontadas con el 6-1 al Anderlecht (¡hat-trick inolvidable del Buitre!), destrozando el 3-0 de Bruselas ante aquel equipazo liderado por Enzo Scifo. El éxtasis llegó con otro Borussia, el de Moenchengladbach. En Alemania, 5-1. Más difícil todavía. Peor que anoche en Dortmund. Pero todos fuimos al estadio convencidos de la remontada. Llenamos el Bernabéu dos horas antes. Primera jugada, alemán al suelo y la grada rugiendo. Árbitro acongojado y Juanito on fire. Dos pases mágicos del genio de Fuengirola y dos golazos de Valdano. El 3-0 lo firmó de volea Santillana. Quedaba un solo cuarto de hora para soñar con el milagro. Minuto 90. Tira Míchel, el portero germano rechaza con el pecho y todo el Bernabéu empujó a Santillana en forma del riñón que le faltaba. El cántabro metió el gol del delirio, de la locura colectiva. La avalancha me desplazó treinta metros. Perdí a mi padre y a mis amigos. Pero era el chaval más feliz de la Tierra. Esa noche me enamoré del Madrid para siempre...

Los mandamientos. Esto consiste en creérselo nada más consumarse la debacle de la ida. Me cuentan que anoche, en el autobús que desplazó al equipo desde el Iduna Park al aeropuerto de Dortmund, esto se gritaba dentro: "¡Podemos remontar!", "¡En el Bernabéu todo es posible!", "¡Vamooooos!". A partir de hoy hay que olvidarse de lo sucedido y dedicarse a poner vídeos a los jugadores de esas noches mágicas que ya les he relatado. Hay que entrenar lo justo. En los buenos viejos tiempos llevaban al equipo al Hotel Arcipreste de Hita (Navacerrada), les prohibían durante unos días la pelota y se limitaban a pescar, dar paseos por la sierra y comer buen lechazo. El martes, saldrían al campo con tanta hambre de balón que devorarían a las abejas mayas alemanas.

Primer cuarto de hora. La primera jugada debe acabar con un tiro a puerta, desde donde sea. Se trata de que la grada brame como una jauría de lobos salvajes. Que los jugadores de Klopp sientan frío, bloqueo muscular y mental. Que no entiendan nada. Que pidan la hora antes de romper a sudar. Cristiano debe aparecer por todas partes, Xabi desplazar en largo para que Di María entre por los costados como un poseso, que Ramos juegue de nueve como hacía Pirri, que Özil despierte de su letargo de Dortmund y exhiba su genética turca para homenajear a sus abuelos...

Falta Juanito. Su espíritu irreductible meterá el 3-0. La afición es cómplice de esta bendita locura. Juan guía el camino desde el cielo y los jugadores trasladarán en el césped los impulsos de su gigantesco corazón. ¿Por qué no les he hablado del 4-1 de ayer? Porque en mi cabeza sólo existe un día, el próximo martes, y una palabra: REMONTADA. Yo sí creo.