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Paralelismo entre Miljanic y Mourinho

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Adiós a Miljanic, un buen hombre. Para el fútbol español fue un aire innovador. El Madrid lo trajo en busca de superarse a sí mismo, de dejar atrás métodos y hábitos del club que Bernabéu entendía que era hora de cambiar. Después de trece años había caído Miguel Muñoz con la Liga 73-74 en marcha. Aquello dio lugar a la primera interinidad de Molowny, que se tragó el lacerante 0-5 del Barça de Cruyff, aunque luego se desquitó con un 4-0 sobre el mismo rival en la final de Copa. Pero Bernabéu quería algo que trajera nuevas influencias, que abriera el club a las fórmulas vencedoras.

Miljanic trajo preocupación táctica y preparador físico. Tres sesiones por día. Amancio cuenta que bajaba las escaleras de espaldas por las agujetas. Tácticamente era inflexible: no más de dos toques, luego balón largo. "Hopa, hopa, otro lado", era la instrucción. Un juego largo, preciso, algo mecanizado, aunque con un espacio para Amancio. Recolocó a Pirri de líbero, y acertó. Trajo a Breitner, lateral izquierdo del Bayern, para redefinirlo como mediocampista de amplio recorrido y acertó también. El equipo fue eficaz, pero no bello. Todo tendía a converger hacia las cabezas de Santillana y Roberto Martínez.

Dejó dos ligas (una con doblete), en Europa no dio grandes frutos y tras un tercer año muy flojo (por primera vez el Madrid quedó sin plaza europea), cayó al empezar el cuarto. Saboteado por los jugadores, con la desconfianza de la afición, fue sustituido, con la Liga en marcha, por Molowny. Desde entonces el Madrid ha seguido siempre así, entre fórmulas sacadas de sus entretelas (Molowny, Di Stéfano, Valdano, Del Bosque, Camacho...) o técnicos que le alejen de ese casticismo que cada equis años se ve como algo superado. Ahora está en Mourinho. ¿Durará? Más vale, porque lo que ya no hay son entretelas.