Aviso al palco: se oirá todo

Cada partido de fútbol tiene un making of que se oculta casi al completo en el bullicio de la grada. Jugarlo a puerta cerrada muestra esa trastienda. O al menos eso me pareció a mí en aquel Madrid-Nápoles del 87 sin público. Esa tarde de septiembre la manga fue más ancha. En un Bernabéu sin alma entraron más de los 75 que hoy se anuncian en el Calderón. Y ese día descubrí que un palco no era un apacible salón descubierto en el que se colgaban el abrigo y el forofeo antes de entrar. De allí salieron insultos, reproches y lamentos de anfitriones y visitantes, perfectamente audibles. Las cámaras cazaron al alcalde de Madrid, Juan Barranco, voceando en su asiento. Ese partido, en cualquier caso, lo perdió con los directivos italianos.

También fueron públicas las broncas de los futbolistas. Bagni, un durísimo centrocampista del Nápoles, se puso en evidencia. En la retirada a vestuarios los futbolistas intercambiaron manotazos y escupitajos, porque para perder la educación no es necesario el público. Y Maradona jugó mal, quien sabe si porque sabía que allí no había nadie para reprochárselo.

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