Intentemos todos tener la fiesta en paz

Eran las cinco de la tarde (las cinco en punto de la tarde) cuando sonó el teléfono de Cerezo. Del otro lado de la comunicación llegaba por fin la seguridad tan esperada de que el partido contra el Liverpool se jugará el miércoles en el Calderón, como Dios manda. No sé en qué parará la bravata de Platini, pero de momento el efecto más inmediato y doloroso se ha frenado: este partido, que tanto nos ilusiona, se jugará en su día, en su hora y en su campo. Lástima que no pueda estar Torres, pero ese percance viene por otro lado, más natural, digamos, menos siniestro y viciado que la suspensión platinera.

Calderón se alegró sinceramente. Y también todo el fútbol español, que se había visto colectivamente ofendido por la medida. El Valencia había ofrecido su campo. El Barça también, y eso que Laporta suele decir que no se siente español; pero a veces reacciona como si no se acordara de eso. Cerezo lo agradece, como todo el Atlético, pero no hará falta. Ahora todo consiste en afrontar el derbi y los demás partidos con el espíritu sano y alegre con que se encontraron ayer en nuestra casa los dos presidentes madrileños, fundidos entre Roncero y Manolete en una misma tertulia divertida, picante, provechosa y sana.

Eso sí: intentemos en el futuro tener la fiesta en paz. Platini se pasó, no tengo duda. Pero tuvo un hilo del que tirar, hasta hacer un ovillo en el que al final me parece que se lió él sólo. Pues no le demos más motivos, no se los demos nunca a él ni a nadie. El que quiera hacer el mono que se vaya al zoo. El que vaya al fútbol, a cualquier campo, que recuerde que todos nacemos libres e iguales y que menospreciar a algunos por ser de otra raza es exactamente racismo. Creemos tener razón pero nos estamos haciendo mala fama. A lo peor no somos como nos vemos, sino como nos ven otros. O sea, peores.

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