La segunda romanización

Ayer fue el Día de los Inocentes en gran parte de Europa, una jornada tan divertida como nuestro 28-D en la que por unas horas Carla Bruni se instaló en Londres para ayudar a los británicos a vestir mejor y Nicolas Sarkozy pasó por el quirófano para aumentar su estatura. También se vendieron un puente sobre Gran Canal de Venecia y el balcón de Julieta en Verona y una línea aérea australiana prometió descuentos a quienes estuvieran dispuestos a viajar de pie.

Todo disparatado, todo increíble hasta que tropezamos con The Sun. Capello exigía a sus internacionales hablar italiano. Aquello casi cuadraba. Porque Inglaterra con Capello, Baldini, Galbiati, Tancredi y Neri ya no es Inglaterra, sino Malta, país mestizo obligado a venerar la pasta y el té. Capello fanfarroneó con aprender inglés en un mes, pero la cosa no marcha. La selección tampoco. Y quienes conocen al italiano le creen capaz de imponer esa anormalización lingüística. "En el campo les costará colocarlos, pero italiano no aprenden seguro", me dijo un amigo inglés. A mí, en cambio, no se me ocurre nadie mejor para conducir una segunda romanización del Imperio. Y esta vez con el volante a la izquierda y el tráfico a la derecha.

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