Las enseñanzas que nos deja el Valencia

Al comenzar la temporada era razonable dar al Valencia como un aspirante al título, y desde luego nadie hubiera dudado de que iba a terminar, en el peor de los casos, en puesto Champions. Había hecho una temporada anterior aceptable. Había gastado cincuenta millones en fichajes y repetía entrenador, lo que podía considerarse un signo de estabilidad. Pero faltaba justo eso: la estabilidad. Soler había renovado a Quique desgana, sometiéndole a una humillación al obligarle a prescindir de sus colaboradores. Entrenador renovado, pero desautorizado. No era, desde luego, lo ideal.

Todo eso en un medio complicado, porque el Valencia tiene una afición exigente. El sentido artístico de aquella tierra hace allí más agudo un sentir que se va extendiendo por todas partes, pero que allí es especialmente fuerte: no basta ganar, hay que jugar bien. Quique pronto recibió protestas y el presidente, que actúa con un criterio acorde con el viento que sople, lo destituyó. Y trajo a Koeman. Bueno, pues si la Liga hubiera empezado cuando llegó Koeman, el Valencia sería el último. Ha hecho menos puntos que el Levante. El Valencia ya no mira hacia arriba, sino hacia abajo, y con aprensión.

Y mientras, Albelda, jugador protagonista de la mejor historia del club, titular de la Selección Nacional, explica aquí y allá su destierro, en el que le acompañan dos jugadores emblemáticos, Cañizares y Angulo. El capitán ejemplar, que no dio ni pidió cuartel cuando se trataba de defender su escudo, es ahora una denuncia ambulante contra los caprichos de un hijo de rico al que, para desgracia de muchos, le ha caído en herencia adelantada un club de fútbol. "Era tan rico que se creía que era inteligente", escribió con sorna Helenio Herrera de un presidente que tuvo. Pues lo mismo que Soler.

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