Adelante, hombre del seiscientos...

Quiero al Real Zaragoza, lo digo sinceramente. Le quiero desde mis primeros años de atento adolescente, cuando jugó cuatro finales seguidas de Copa, de las que ganó dos, con un fútbol magnífico, declamado por los Cinco Magníficos. Por eso vivo estos días con desasosiego su desconcierto, la caída de Víctor Fernández, carne y sangre de aquella casa, y la brusca aparición y fuga de Garitano, al que recuerdo como un diez de mucha clase en el Athletic. Turbulencias en la plantilla les han echado a ambos. No se lo ocultaré: hoy por hoy, los jugadores se asilvestran con facilidad y se hacen indomables.

Todo es culpa de D'Alessandro y su gran gresca con Aimar, me dicen. Puede ser. Munúa le dio un cate a Aouate y desde entonces anda agarrándose a las cuerdas Lotina, que quiso apoyarse en los capitanes y encontró el vacío. Maniche le ha hecho la piruleta a Aguirre y se ha marchado, mientras el inconsútil Reyes se pone el mundo por montera. Messi se va a Qatar y Cruyff le pide una sanción. Ronaldinho no está en el campo ni en el gimnasio sino en un bosque, dicen. Y así siguiendo, aquí y allá. ¡Qué les voy a decir, si hasta Camacho, reserva nacional de cojones y españolía, huyó de los galácticos!

Los jugadores mandan mucho. Tienen la sartén por el mango y el mango también. Los más se portan decentemente y producen fútbol, buen ejemplo y felicidad. Pero los que se convierten en células cancerígenas extienden su mal y su capricho. Eso pasa en el Zaragoza y allí va Irureta, al que vemos aquí a bordo de un 'seiscientos', pose emblemática que nos concedió cuando alcanzó otros tantos partidos como entrenador. Hombre bueno, sencillo, serio, sabio, humilde, capaz de encajar sin queja un cabezazo de Djalminha. Olé. Adelante, hombre del seiscientos, la carretera nacional es tuya. Mucha suerte.

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