Aquellos viejos héroes del papel sepia

El de ayer fue un buen día. Comí con Iríbar, abracé a Gento, charlé con Santana, reviví Roland Garros con Arantxa, y los Tours con Indurain, y recordé tantas carreras de Ángel Nieto, y las escapadas de Collar. Y también el primer día que vi a Krkic en Brunete, donde nos deslumbró ya, con doce años. Y la primera vez que Raúl Romojaro me dijo que había por ahí un tal Alonso que ganaría la Fórmula 1, y le tomé por loco. Y me intimidé junto a la colosal estatura de Marc Gasol, y me sentí otra vez un niño cuando saludé a Raúl y le felicité por el premio. Siempre me siento niño al lado de un deportista.

Por eso me gusta el deporte, por eso les quiero. El País de Nunca Jamás es para mí cualquier estadio, cualquier cancha, cualquier pantalla de televisión en los que aparecen los deportistas, en ese esfuerzo suyo tan sano, tan ejemplar, por hacer posible lo fácil, lo difícil y lo imposible. Por eso me gusta trabajar en esto, sentir que cada día en lugar de un periódico hacemos un cuento infantil que nos van dictando ellos con sus logros sucesivos. Da gusto trabajar en esto porque vive uno rodeado y estimulado por héroes, por esfuerzo sano, por superación, por la búsqueda continua de la excelencia.

Ayer celebramos los cuarenta años de vida de AS en una gala que quizá usted vio en la Cuatro, o que en todo caso puede encontrar aquí, en estas páginas. Fue bonito, aunque algún duende nos jugó al escondite con la luz. Fue una noche para sentir que esta es una buena manera de pasar la vida, que el deporte es un ámbito hermoso para sentirse persona, para sentir personas a los demás. Cuarenta años merecían este reconocimiento de todos para con todos, pero sobre todo para el saludo y el abrazo a aquellos viejos héroes de papel sepia que ya me hacían comprar este periódico cuarenta años atrás.

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