El partido se acaba en el área rival

El estilo que Schuster ha traído al Madrid debió encontrarlo en los estatutos fundacionales del club. Por eso ha arraigado tan pronto. Por eso y porque el equipo lleva cuatro victorias consecutivas. Por eso y porque antes estuvo Capello, que tenía propiedades curativas y terribles efectos secundarios. En cualquier caso, el partido ante el Werder Bremen ofreció el retrato más clásico y natural del Madrid: mucha posesión, muchos minutos en campo contrario, cargas de la caballería en el área enemiga y un descuido en el repliegue de raíces históricas que tuvo a ratos a Casillas por los suelos y a los centrales pidiendo la hora (de Benito a nuestros días, nunca tantos sufrieron tanto durante tanto tiempo).

Al Bernabéu le gusta este alboroto, le apetece que pase algo en cada minuto, se entusiasma con el intercambio de golpes, se lo perdona todo a Sneijder o Robinho y abochorna hasta la rendición a Emerson. Eso lo vio Schuster en aquel Madrid de Beenhakker en el que aterrizó y tomó buena nota. Algún día le tocará perder. Ya le tocó, de hecho, en la Supercopa frente al Sevilla. Pero, como el martes, la afición agradecerá la vergüenza torera de acabar los partidos en área contraria incluso cuando se va ganando.

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