Ser futbolista es una cosa importante

"¡Puerta, amigo, Sevilla está contigo!" El gentío aplaude el cortejo fúnebre que parte del Sánchez Pizjuán hacia el cementerio de San Fernando. Entre ese gentío están revueltas, sin discordias, las camisetas del Sevilla y del Betis. El que se va es un futbolista, y como tal es de todos. Un héroe del estadio, un muchacho que ha cautivado nuestra imaginación, que ha puesto su talento y su dedicación al servicio de un espectáculo hermoso y arrebatador, que llena nuestras horas, nuestro calendario, las pantallas de nuestros televisores, el sonido de nuestras radios, las páginas de nuestros periódicos.

Ser futbolista es una cosa importante. Parece tonto decirlo, pero eso así. Les queremos. Os queremos. Aunque a veces haya gritos, repulsas, críticas, malos titulares, palabras injustas. De los futbolistas se espera mucho porque secuestran nuestros anhelos, porque proyectamos en ellos nuestras ansias tribales, porque equipan nuestros ejércitos desarmados. Pero todo consiste en una guerra incruenta en la que aceptamos de antemano que la confrontación es figurada, que nadie quiere destruir a nadie. Por eso cuando hay una baja real nos aturdimos y nos sentimos desolados. Como ahora.

Y el Madrid suspende su partido. Y el Barça lo juega pero sale al campo vestido de Sevilla. Y el Milán manda a sus altos dignatarios a la capilla ardiente. Y Lopera se abraza con Del Nido. Y el gentío que asiste curioso, extravallas, al desfile de famosos que acuden a la capilla ardiente, grita "¡Betis, Betis, Betis!" cuando acuden los jugadores del rival, rotos, como todo el mundo. Al futbolista se le quiere, se le agradece que esté ahí, se le admira, se le desea, se le atosiga. Se le exige también, claro. Pero cuando se va, porque se retira o porque la Naturaleza nos lo arrebata, nos queda un vacío irreemplazable.

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