Cinturón sanitario en torno a los médicos

Todo el tormento que los aficionados al ciclismo vivimos estos días viene a mayor gloria de unos poquitos médicos que se enriquecen a costa del pelotón con sus tratamientos de vanguardia, sus potingues recién sintetizados en laboratorios, su tráfico indeseable. Con la tonta o interesada complicidad de un par de generaciones de directores de equipo (entre los que habrá alguna excepción honorable) tienen secuestrado al pelotón. El corredor amateur que despunta tiene que empezar pronto el tratamiento culposo, porque si no, no pasará nunca a profesional. O hará poco. Y ya está pillado.

Y ya es cliente de uno de esos, que le sacará el dinero de por vida. Y en negro. (Hacienda, espabilen). Mucho si llega a figura. Menos si no da para tanto, pero a cambio lo utilizará de cobaya, para ensayar lo que pita y lo que no pita, lo que se detecta y lo que no, y entonces pasar el tratamiento a los buenos, ya con ciertas garantías. Si hay un control positivo sólo pierde el ciclista. Pierde dos años de carrera, dinero, predicamento social. El médico no pierde nada, porque no le delatan. Aún me pregunto por qué ese silencio cómplice y dañino, que sólo rompen unos muy pocos a los que el pelotón entonces estigmatiza.

La cuestión se reduce a aislar a esos 'mengueles', a crear un cordón sanitario en torno ellos, a evitar que aparezcan. La salvación del ciclismo está ahí, no en las abstrusas explicaciones que se dan unos a otros en el mundillo cada vez que cae alguien. Seguirán cayendo mientras no se aísle a esos desaprensivos y seguiremos escuchando esas peroratas extrañas que no abogan por la barra libre, pero que son tan comprensivas con el delito como el delincuente. El ciclismo merece la pena. El Tour es su gran escaparate. Yo celebro que el Tour y que Francia levanten esta bandera. Me fío de ellos. Soy optimista.

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